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La voz que narra hacia el interior

La literatura de Casavella aprovecha la ficción para incluir el monólogo

ALICIA MADERA

Las novelas de Francisco Casavella son elegantes y entusiastas. Siempre muy cerca del cine, tanto en su faceta de escritor de guiones, como en la de cinéfilo empedernido, su literatura termina por destilar la brillantez y el chispazo de la gran pantalla.

No todo es espectáculo, pero todo puede pasar por el espectáculo, a pesar de que nos pasemos los días hablando, viendo y sintiendo lo que no importa. Casavella ataca la sacralización de lo desechable y el consumo fugaz de nuestras costumbres. Desde su segunda novela (la que a opinión de la mayoría es la mejor), Un enano español se suicida en Las Vegas, aparece la intención costumbrista irónica que destripa lo que no importa.

En 2002 inicia el proyecto El día del Watusi, trilogía de la que forman parte Los juegos feroces, Viento y joyas y El idioma imposible, en las que realizó un retrato de Barcelona desde el final del franquismo hasta 1995, con especial atención a los años de la transición democrática.

Siempre ha reconocido que uno de los mayores placeres de su vida surge de la lectura de largas novelas que construyen un mundo al que entregarte durante semanas. Son novelas, asegura el escritor, que consiguen que un artificio parezca más real que la realidad misma. En esa defensa parece que sigue fiel.

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