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El régimen de Kim Jong II abre un resquicio en su frontera con China

La provincia china de Yanbián disfruta de una parte de la creciente prosperidad del país. Al otro lado del río Tumen, los norcoreanos contemplan resignados el desarrollo de sus vecinos. Para ellos, el tiempo sigue detenido

ANDREA RODES

La carne de perro y el kim-chi, una especie de col fermentada muy picante, son dos platos típicos de la cocina coreana, pero se pueden encontrar en cualquier restaurante de Yanji. Esta ciudad de medio millón de habitantes en el noreste de China es la capital de Yanbián, región fronteriza con Rusia y Corea del Norte y hogar de 800.000 chinos de etnia coreana, una de las catorce minorías étnicas que habitan en el país.

Aoze, una estudiante china de la Universidad de Yanji, nunca imaginó que añoraría la abundante comida coreana de su ciudad si se marchaba a estudiar nueve meses a Corea del Norte. “Si quieres adelgazar, lo mejor es vivir una temporada en Pyongyang”, dice esta joven de 22 años de cuerpo menudo y ojos saltones. Aoze formaba parte de un grupo de 35 estudiantes chinos seleccionados para realizar un intercambio académico en el país de Kim-Jong-Il.

“La comida en la escuela estaba racionada y pasábamos hambre”, recuerda Aoze, mientras da un sorbo a su batido de boniato, la especialidad de la cafetería de Yanji donde suele encontrarse con sus amigos. La decoración de estilo occidental del Morning Dew es obra de su propietario, un surcoreano de aspecto elegante que, después de vivir cuatro años en Estados Unidos, se estableció en Yanji para asesorar a los empresarios de su país que desean hacer negocios en esta región de China.

Yanbián, una lengua de tierra encajonada entre las montañas de Corea del Norte y los confines de Rusia, fue siempre una región pobre y subdesarrollada. Pero la mejora de las relaciones diplomáticas entre los países fronterizos a principios de los años noventa y la existencia de una comunidad chino-coreana bilingüe, cada vez mejor formada, han estrechado las relaciones culturales y comerciales entre China, Rusia y las dos Coreas, y han permitido dar un impulso económico a la región.

Hoy, sólo las aguas poco profundas del río Tumen separan el creciente bienestar de la provincia de Yanbián de la miseria de las aldeas norcoreanas, en la orilla de enfrente.

Montañas sagradas

“En el último año han abierto cuatro centros comerciales nuevos en Yanji”, explica Erik Li, estudiante de química en la universidad de esta ciudad, que cada año recibe decenas de estudiantes de intercambio surcoreanos y rusos. Desde su facultad pueden verse los rascacielos de los hoteles construidos para albergar a grupos de turistas locales que vienen a visitar las montañas de Changbai Shan.

Consideradas sagradas en la cultura coreana, estas montañas son el hábitat natural del preciado ginseng y del tigre de Siberia, en peligro de extinción.

Los carteles de neón escritos en chino y coreano, las dos lenguas oficiales de la región, brillan en la oscuridad de una fría tarde de septiembre de Yanji. El sol se pone pronto en estas latitudes, pero los estudiantes salen igualmente a la calle, invadiendo los mercadillos de comida para llevar situados frente a la universidad. Pinchos de calamar, bollos, fideos coreanos de color traslúcido con salsa de guindillas y ajos... Yanbián empieza a deleitarse de la abundancia que reina en las ciudades del este de China.  

El lado coreano está en un estado lamentable: no hay dinero para farolas 

Las Naciones Unidas fueron el primer organismo internacional interesado en promover este enclave fronterizo y en 1991 apadrinaron el Proyecto Tumen, en el que participan China, Rusia, Japón, Mongolia y las dos Coreas.

El objetivo era desarrollar las relaciones comerciales entre los seis países. El proyecto sólo ha obtenido resultados efectivos en dos áreas: la formación de técnicos norcoreanos en cuestiones energéticas y la renovación de las conexiones ferroviarias entre Rusia y China. Japón mantiene un embargo comercial con Corea del Norte desde julio de 2006 y los inversores surcoreanos, animados por el acercamiento entre las dos Coreas, empiezan a desplazar sus inversiones a zonas cercanas a la frontera directa con su vecino del norte.

Sin embargo, “Yanbián sigue siendo un territorio neutral, donde pueden reunirse representantes de las dos Coreas”, explica Outi Luova, investigadora del Centro de Estudios de Asia Oriental de la Universidad de Turku, Finlandia. Desde que China normalizó en 1992 las relaciones diplomáticas con Corea del Sur, en Yanji se han celebrado varios encuentros diplomáticos no oficiales entre norcoreanos y surcoreanos.

“Los intereses comerciales en la región todavía se mantienen porque los chino-coreanos son buenos mediadores”, añade Luova. Se estima que el 80% de la comunidad china de etnia coreana de Yanbián tiene su origen en Corea del Norte y muchos aprovechan estos vínculos familiares para hacer negocios.

La zona está llena de patrullas para buscar a los norcoreanos que intentan huir del país 

“Los  viajes organizados para visitar a familiares en Corea del Norte estimularon el comercio entre los dos países a principios de los años ochenta”, señala Andrei Lankov, profesor del Centro de Estudios Coreanos de la Universidad Nacional de Australia, en un artículo aparecido este verano en el rotativo digital Japan focus. Miles de familias chino-coreanas emigraron en los años cincuenta al país vecino, huyendo de la miseria originada por la política maoísta del Gran Salto Adelante, algunos no regresaron.

El comercio de la provincia china de Yanbián con Corea del Norte superó en 2005  los 224 millones de dólares, cuando el volumen de comercio entre dos países fue de 1.400 millones de dólares. Según estimaciones del Instituto Nautilus de San Francisco, las exportaciones de recursos energéticos a Corea del Norte fueron la partida más importante, pero el intercambio de carne congelada, maquinaria y vehículos chinos por minerales y pescado norcoreano en manos de empresarios chino-coreanos va en aumento.

Socios comerciales

De hecho, China es el primer socio comercial de Corea del Norte, proveedor del 70% de sus alimentos y del 80% de sus recursos energéticos. Camionetas cargadas de mercancías cruzan diariamente el puente sobre el río Tumen que une la ciudad china del mismo nombre con el pueblo norcoreano de enfrente, Namyang-nodongjagu. Un poco más al sur queda el puente de acero por donde circulan los trenes cargados de bienes Made in China en dirección al vecino pobre.

Sin presupuesto para reparaciones, los norcoreanos mantienen su parte del puente en un estado ruinoso, con la pintura desgastada y las farolas rotas. En la estación de Tumen no se anuncian los  horarios de salida de los trenes con destino a Corea del Norte. Según la compañía de ferrocarriles chinos, es la parada final.

El lazo cultural que une las dos orillas del río no salva la enorme brecha económica que las separa. Desde el paseo de Tumen, los turistas chinos pueden observar la pobreza de sus vecinos de enfrente con la ayuda de unos prismáticos, hacerse una foto disfrazados con el traje regional coreano y comprar un pin de Kim-Jong Il de recuerdo. Los norcoreanos son conscientes de que están siendo observados  como si fueran animales del zoo. “A veces nos levantan el puño con un gesto agresivo” explica una vendedora de souvenirs del paseo de Tumen.

Un pescador local lanza su caña al agua, indiferente al bullicio de los turistas y a los movimientos de los norcoreanos en la otra orilla. Dice que nunca les ha visto pescar.  “Son tan pobres que algunos cruzan el río para  trabajar en las granjas de chino-coreanos por unos pocos yuanes y un bol de arroz”, explica la dueña de un puesto de sandías de una aldea junto al Tumen.

La Policía de Yanbián hace la vista gorda en estos casos, ya que la zona está inundada de patrullas para interceptar a los miles de norcoreanos –las ONG estiman que entre 100.000 y 300.000– que intentan cruzar cada año la frontera para llegar a Mongolia o los países del Sureste asiático y de allí pasar a Corea del Sur. Si son arrestados en China, serán enviados de vuelta a su país.


Pensando en Seúl

La minoría coreana de Yanbián lo tiene más fácil para llegar a Seúl. Desde 1992, muchos han  abandonado sus empobrecidas aldeas –donde la economía depende de las cosechas de soja, maíz y arroz–, para buscar un trabajo mejor pagado en Corea del Sur.

Los jóvenes con estudios no han tenido la misma presión para emigrar: gracias a la tímida apertura de la economía norcoreana y a la llegada de inversores surcoreanos atraídos por el comercio fronterizo, pueden optar a mejores trabajos.

Desde que volvió de Pyongyang, Aoze aspira a encontrar un puesto de trabajo en una multinacional surcoreana. El Gobierno chino apuesta por los estudiantes de coreano para desarrollar las relaciones económicas entre su país y las dos Coreas, y premia a los mejores estudiantes con posibilidad de  intercambios.

“A Seúl sólo pueden ir los estudiantes ricos” se lamenta Aoze. Ella hubiera preferido ir allí, pero su familia no tenía dinero para financiarle la estancia. El intercambio en Pyongyang era gratis. “A mis padres les hizo mucha ilusión que me fuera”, dice, mientras hojea ejemplares viejos de The Economist y National Geographic en el Morning Dew. “Pero preferían que trabaje de funcionaria para la Administración local”, añade.

Los mejores estudiantes chinos reciben una beca, pero sólo los ricos pueden ir a Seúl 

Frente a ella hay un cuadro inspirado en una escena de pescadores del Antiguo Testamento. En la tercera Corea, como llaman a Yanbián algunos grupos nacionalistas coreanos, el cristianismo está muy extendido. La cruz de neón de la catedral de Yanji sorprende tanto como los campanarios que asoman entre campos de maíz y soja de las aldeas cercanas. Pero la gente prefiere no hablar de su fe.

Muchos contactan con los misioneros surcoreanos, que llegan a China para predicar en secreto –la evangelización por cuenta propia está prohibida en el país– y ayudar a los refugiados norcoreanos con el apoyo de organismos internacionales.

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