Universo de ritos y artes mágicas para celtíberos y romanos; centro de la vida cisterciense en el reino de Aragón; lugar evocador para uno de los grandes del Romanticismo, Gustavo Adolfo Bécquer: la sierra del Moncayo, entre Castilla y Aragón, es un ejemplo de territorio poliédrico en el que lugares sacros y religión, leyendas y supersticiones, no sólo no son incompatibles sino que conviven e inspiran.
Tras cerca de siete siglos de continua ocupación, los monjes blancos del Císter tuvieron que abandonar el monasterio de Veruela, en el que se habían instalado a su llegada al Moncayo, forzados por la desamortización de Mendizábal. Se imponían nuevos tiempos y poco más tarde de su partida llegaba hasta el cenobio, situado a 80 kilómetros de Zaragoza, un joven escritor, aquel que los libros de texto han legado para la posteridad como uno de los máximos representantes del Romanticismo español: Gustavo Adolfo Bécquer. Lo hizo acompañado de su hermano Valeriano y sus respectivas familias, cambiando la vida ciudadana por el encierro en el alejado monasterio. Más de seis meses pasaría allí, y el resultado de la vida en plena naturaleza sería la publicación de sus Cartas desde mi celda. En ellas, además de recoger las impresiones de su estancia en el monasterio, encontró la inspiración para escribir sobre las leyendas de la zona visitando un territorio, el del Moncayo, plagado de magia.
Descubrir esa magia es posible todavía hoy en lugares que hicieron volar la imaginación del propio Bécquer. Por ejemplo, Trasmoz, en el que se basó para escribir las cartas en las que se describen las leyendas sobre las brujas de la zona, y cuyo castillo, como el de la cercana Añón de Moncayo, fueron convertidos por él en residencia de algunos de los protagonistas de sus relatos legendarios. El propio monasterio de Veruela es otra parada obligada si queremos seguir los pasos de Bécquer por Aragón. El cenobio llegó a ser uno de los más importantes de lo orden del Císter en España. Hoy sigue siendo una visita monumental imprescindible en la zona, con su mezcla de estilos artísticos. No se debe olvidar la visita a los claustros gótico y renacentista, la grandiosa iglesia del siglo XII y los contiguos espacios del refectorio, la sala capitular, el scriptorium y la sacristía. Eso sin olvidar que en una de las celdas del monasterio estuvo alojado Bécquer, y que se cuenta que desde él el escritor veía los aquelarres nocturnos en el vecino castillo de Trasmoz, una visión que pudo haberle inspirado sus textos de corte más legendario.
Con más tiempo, la zona del Moncayo ofrece varias localidades que merecen también una visita. Es el caso de Tarazona, plagada de edificios nobles como el Ayuntamiento, el Palacio Episcopal o la catedral gótica de Nuestra Señora de la Huerta; Borja, con un interesante conjunto renacentista, o Ágreda, un lugar de reminiscencias medievales a treinta kilómetros del monasterio de Veruela.
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