Lo que nos hace desiguales a hombres y mujeres son las leyes y las políticas públicas. Esta es la tesis de María Pazos, coordinadora del departamento de Fiscalidad y Género del Instituto de Estudios Fiscales que acaba de reunir las conclusiones de sus investigaciones en el libro Desiguales por Ley (Ediciones Catarata). Esta licenciada en matemáticas defiende que la ciudadanía carece de instrumentos para desarrollarse en igualdad. Las pensiones, la declaración conjunta o los permisos de maternidad conservan desigualdades estructurales que, asegura, son 'rémoras' de una idea de familia obsoleta.
En su libro defiende que las políticas económicas determinan las condiciones materiales y éstas, las mentalidades y los comportamientos de los ciudadanos. ¿Qué mentalidades y comportamientos provocan las políticas económicas del Gobierno de Rajoy?
En este momento hay una ofensiva ideológica tremenda para cambiarlo todo. Es una continuación de la ofensiva neoliberal, ligada con la ofensiva patriarcal. Y esa ofensiva se concreta, por ejemplo, en la ley del aborto, en esa idea de familia que ya no tiene nada que ver con las familias reales pero que es la que [los gobernantes] tienen en la cabeza y pretenden imponer. Dicho esto, también es cierto que las estructuras económicas que determinan la ideología y que, en definitiva, nos hacen vivir en desigualdad no son de un gobierno u otro, es algo mucho más profundo, más desgraciadamente estable.
¿Qué estructuras estables implican desigualdad?
Por ejemplo, todas las regulaciones sobre pensiones. Estaban antes y estarán hasta que haya un cambio estructural. Es decir, que no es cuestión de reformar una de las ruedas de la maquinaria. La reforma tiene que ser coordinada en distintos aspectos porque la desigualdad en las pensiones no se puede atacar por sí sola. La desigualdad en las pensiones viene de la desigualdad en el mercado laboral, hay que atacar la desigualdad en el merado laboral, hay que conseguir que hombres y mujeres estemos en el mismo punto de partida porque si estamos en el mismo punto de partida, las mujeres ya nos defendemos solitas, no necesitamos que nos den ayudas especiales. Lo principal es que hombres y mujeres tengamos la misma etiqueta de disponibilidad. Así también se resuelve la discriminación estadística, eso de que los empresarios no contratan a mujeres porque la posibilidad de que se ausenten es mayor. Para que verdaderamente sea posible vivir en igualdad y tener hijos en igualdad, tenemos que eliminar los incentivos contrarios a la permanencia en el mercado de la trabajo. Y el propio sistema de pensiones tiene incentivos adversos a la participación laboral femenina.
¿Por ejemplo?
La pensión de viudedad, la declaración conjunta, el régimen de gananciales por defecto. Hay muchos mensajes que se lanzan a las mujeres cuando se casan para que no importe que se retiren del mercado de trabajo porque, de todas formas, ya tienen seguridad. Unas promesas que son mentira porque todo esto conduce a las mujeres y a sus familias a la pobreza. Si te divorcias, pierdes la pensión de viudedad. Y si no te divorcias y al final tu marido se muere, tienes una pensión que es más reducida en general que la que te has ganado con tus cotizaciones. Por lo tanto, hay que eliminarla hacia el futuro. A las mujeres que están metidas en esa trampa se les debería equiparar las pensiones no contributivas actuales con las mínimas de las pensiones contributivas, que significa subirlas al doble. Pero de aquí hacia el futuro, no tiene sentido que a una pareja que se casa se le prometa que si uno de los dos deja de trabajar, el otro va a poder recibir dinero. De lo que se trata es de que todas personas sean independientes económicamente durante toda su vida, que acumulen sus propias cotizaciones, sus propias prestaciones, es decir, que exista la individualización del sistema de impuestos y prestaciones, como ya se planteó en Suecia en 1970.
¿Entonces tenemos leyes anacrónicas?
Es que las leyes se hacen a imagen y semejanza de la idea de familia que tienen los gobernantes en la cabeza. Aunque nunca se han ajustado a las familias reales, hace un siglo se ajustaban mucho más. Hace un siglo, por un lado, había una estructura social diferente, la familia era diferente, la familia patriarcal, que es en la que se basan las políticas públicas, era mucho más extendida, había mucha menos diversidad familiar. Las mujeres vivían 50 años y esos 50 años se los pasaban criando. No había vida posterior a la crianza. Además, las familias eran muy numerosas. Las actividades productivas estaban muy ligadas a la familia y esa familia entraba menos en crisis. Por otro lado, las políticas eran coercitivas, prohibitivas, había desigualdad en los códigos civiles... A medida que esa familia se iba desmoronando, las mujeres se incorporaron al mercado del trabajo, las políticas públicas han ido cambiando, se han ido adaptando a los cambios, pero muchas son una rémora. Las mujeres nos hemos incorporado al mercado laboral por nosotros mismas. Es falso que haya políticas para que nos incorporemos al mercado laboral, lo que hay son políticas para que no dejemos la esfera doméstica.
¿Cómo se le puede dar la vuelta a eso? ¿Cómo se logra el cambio hacia una sociedad compuesta por personas sustentadoras/cuidadoras en igualdad de la que habla en el libro?
Los cambios se tienen que hacer a través de la leyes. Dicen que tenemos que cambiar de mentalidad pero la mentalidad está preparada. Los ciudadanos se definen por la igualdad en las encuestas, lo que necesitan son instrumentos. Nos quieren convencer de la corresponsabilidad, vale, ya lo hemos entendido, ahora queremos ser corresponsables, queremos cuidar igual. ¿Cómo lo hacemos? No hay manera de hacerlo porque, de entrada, el permiso de paternidad son 15 días y simultáneos con la madre, es decir, que cuando se acaba la emergencia familiar, él se va a trabajar y ella se queda en casa cuidando. Tienen que cambiar las leyes y ese cambio luego cambiará mucho más las mentalidades, pero en lo que ahora debemos concentrarnos en hacer es cambiar las leyes. También en esa lucha cambiaremos las mentalidades, pero no podemos echar la pelota a la ciudadanía.
Usted propone reestructurar el cuidado para que no esté basado en la familia, pero la Ley de Dependencia —a pesar de los recortes— sí plantea la atención en el entorno familiar.
El cuidado basado en la familia no puede ser y además es insostenible. La atención a la dependencia tiene que estar basada en asegurar la autonomía funcional a todas las personas por parte de los servicios públicos. Que no tengan que ser los familiares quienes proporcionen autonomía funcional. Los familiares tienen que proporcionar afecto, cuidados selectivos, el tiempo de calidad.
Muchos familiares defienden esa elección.
Yo niego la mayor. Es un ejemplo claro de cómo las políticas públicas, que determinan las condiciones materiales, producen una conciencia u otra porque determinan también la ideología y la forma de pensar. ¿Por qué en Suecia y en Dinamarca la gente no piensa que la residencias son malas? Porque el derecho a la atención a la dependencia en los sistemas públicos está universalizado. Se junta que se dice que la gente lo ve mal con que no hay recursos. Pon los recursos y veremos a ver cómo lo ve la gente. La atención a la dependencia no debe necesitar que nadie se retire del mercado de trabajo.
¿Cómo se reestructura el cuidado infantil?
Y en la educación infantil, los permisos deberían ser iguales, intransferibles y pagados al 100%. Que en España supondría darle 16 semanas a los hombres, con lo cual tendríamos ocho meses más los dos de vacaciones, casi un año. Entonces el bebé debería ir a la educación infantil porque además es bueno, está demostrado que es mejor. Con una educación pública, de calidad y universal y con unos horarios racionales, una pareja se va a corresponsabilizar de verdad y sí que va a poder mantenerse en sus puestos de trabajo. Se trata de eliminar el sector 'amas de casa'. En Suecia no existe. Hay posibilidad de mantener el puesto de trabajo durante toda la vida y no hay incentivos para que las mujeres se queden en casa. No hay tributación conjunta, no hay pensión de viudedad vitalicia, no hay régimen de gananciales y no hay prestaciones para el cuidado en casa. Las mentalidades en Suecia y España son completamente diferentes, pero antes de hacer estos cambios no eran tan diferentes.
Suele poner a Suecia como ejemplo, pero ¿en qué países de nuestro entorno podemos fijarnos en temas de Igualdad?
No nos podemos fijar en ningún país para todo. Nos podemos fijar en un país para una cosa, y en otro país para otra. En cuestión de sistemas de servicios públicos de educación infantil, nos podemos fijar en Francia. Y allí, en general los horarios son más cortos y más racionales. Pero en Francia, por ejemplo, no nos podemos fijar en cuestión de permisos parentales. Ni en Francia, que está igual que España, y ni siquiera en Suecia, porque los padres tienen dos meses, pero lo transferible —que luego es de la madre— se queda en un año. Y eso es un grave problema que Suecia está intentando resolver, pero una vez que se asienta una política mal diseñada, es muy difícil revertir eso. En eso aspecto nos podemos fijar en Islanda. Las madres tienen tres meses, los padres tienen otros tres y luego hay tres meses transferibles que también son de las madres, pero la desigualdad no es tanta. Además, ahora han hecho una reforma y dan cinco a las madres, cinco a los padres y dos transferibles. En general, en la Europa continental, no nos podemos mirar en Alemania, ni en Italia, ni en el Reino Unido. Pero no es porque estos países sean similares a España, es simplemente que las políticas se han hecho así. Suecia era bastante similar a España antes de todas estas reformas. Eso tiene que ver con las condiciones políticas, con que haya un partido que capitanee un programa de reformas, con que haya un trabajo previo del movimiento feminista, un estado de opinión social.
Critica la excepcionalidad en las pensiones, el cuidado y la tributación. ¿Y al revés? Qué opina de la discriminación positiva?
Yo creo que la excepcionalidad es negativa y siempre se vuelve contra las mujeres. Pero hay que aclarar algunas cosas. Las cuotas, por ejemplo, no son excepcionalidad. Las cuotas no son discriminación positiva, sino la eliminación de la discriminación, son una medida para superar ese tapón que se pone para que las mujeres no pasen aunque sean cinco veces mejores que los hombres. Las medidas de acción positiva, selectivamente, no me parecen mal, pero ¿cuál es la solución? Si se pone una ayuda para la reintegración de las madres que han estado en inactividad durante más de cinco años en el mercado de trabajo y se les da una ayuda — siempre insuficiente— a las empresas para que las contraten, no se llega a la raíz: ¿Por qué esa mujer se ha tenido que ir del mercado de trabajo? La solución es que nadie tenga que salir del mercado de trabajo durante cinco años y que no se necesiten estas acciones positivas que luego nunca compensan. Otro ejemplo son las cotizaciones por hijo a la hora de la jubilación. Y luego está la llamada discriminación positiva, es decir, dar prioridad a las mujeres en un puesto de trabajo o en una subvención aunque tengan peor currículum o menos puntos. Yo estoy completamente en contra de eso porque no tiene ningún sentido y además no lo necesitamos. Lo que necesitamos es que nos dejen pasar cuando seamos mejores, que es lo que no pasa. En este sentido es más efectivo, por ejemplo, que todos los comités de selección sean paritarios.
Su libro defiende que somos 'desiguales por ley', pero tenemos una Ley de Igualdad desde 2007. ¿Qué está fallando?
La ley de igualdad tiene dos partes: la paridad (el cambio en la ley electoral, en la función pública, en los sistemas de selección de puestos) y la conciliación (el permiso de paternidad, que no es igualdad pero es una medida orientada a la igualdad). Todo lo demás en esta parte de conciliación es pura desigualdad porque son incentivos para la reducción de jornada, para las excedencias, es decir, todo lo que retira a las mujeres del mercado de trabajo. Si hubiéramos querido igualdad, hubiéramos podido incluir la universalización de la educación infantil y de los sistemas de atención a la dependencia, pero eso no se toca. Es importante saber que esta ofensiva neoliberal de eliminación de los sistemas de protección social es fatal para las mujeres porque no hay posibilidad de que seamos iguales sin unos sistemas de protección social integradores. La lucha feminista no puede existir sin la lucha por la igualdad social y la lucha por la igualdad social no puede prescindir de la igualdad entre hombres y mujeres porque es una de las mayores injusticias que tenemos ahora.
¿Qué les diría a las mujeres que aseguran que nunca se han sentido discriminadas?
Les diría que no es posible. Pero comprendo esa reacción porque es muy duro sentirte de una minoría cuando somos mayoría. Es muy duro ver la discriminación en ti misma, tiendes a ocultarla. Primero, porque te gustaría que no fuera así. Segundo, porque la protesta está muy penalizada. Ser feminista tiene sus consecuencias y hay una presión para acallar esas voces. Tú quieres estar integrada y eso es lógico. El ser humano quiere estar integrado socialmente y en el momento en que dices que eres feminista se te pone la etiqueta. Cuando era joven, yo también creía que éramos iguales, pero tienes que ir a la primera entrevista de trabajo, tienes que ir viendo cómo tus compañeros de clase van prosperando y tú te vas quedando ahí.
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