Este artículo se publicó hace 8 años.
El anticatalanismo, en estado crítico
Esta semana Ciudadanos trató de agitar en València el anticatalanismo ‘blavero’, un fenómeno político cimentado en una leyenda, que derivó hacia la violencia en su apogeo en los años 80.
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VALÈNCIA.- Por qué se habla valenciano en València no difiere mucho del porqué se habla una lengua en cualquier lugar. Tras la conquista del actual territorio valenciano por la corona de Aragón en el siglo XIII, sus tierras fueron repobladas por catalanes y allí dejaron su lengua, el catalán, idioma que se habla desde entonces con diversas variedades dialectales. Así lo certifican la historiografía y los lingüistas; nada demasiado diferente de lo que los españoles hicieron en América Central y del Sur. Sin embargo, mientras desde Baja California hasta Ushuaia no se discute que sus habitantes hablan español, por extraño que parezca, en tierras valencianas no existe el mismo consenso sobre su lengua.
El origen de este fenómeno, cimentado sobre la leyenda acientífica de que el valenciano es una lengua ajena al catalán, es político, y aunque sus defensores se hacen llamar “valencianistas”, para diferenciarse del nacionalismo valenciano —que no profesan—, popularmente son conocidos como blaveros (en referencia al ‘blau’ —azul en valenciano— que diferencia la senyera valenciana de la catalana).
No obstante, pese a su endeble mito fundacional, el blaverismo gozó de cierta popularidad durante más de una década y su pretérito poder de influjo entre una parte de la sociedad con menos cultura aún parece atraer a determinadas ofertas políticas. El PP valenciano lo utilizó, primero para auparse al poder en la década de los noventa sobre los hombros del partido blaverista Unió Valenciana y luego, ya en solitario, para mantenerse en las instituciones durante más de veinte años. Y esta misma semana, cuando hasta para el PP su utilidad parecía agotada, Ciudadanos se ha animado a desempolvarlo, para reunir en una concentración a un escaso centenar de personas.
“Anticatalanismo histórico ya había existido en los años 60, pero es en la Transición cuando explota como lo conocemos ahora. ¿Cuáles son los detonantes? El miedo de la clase dominante valenciana a perder la hegemonía frente a la generación joven antifranquista”. Así lo resume el sociólogo Vicent Flor, en referencia a una generación que, además, se había impregnado del nacionalismo valenciano descrito por primera vez por el ensayista Joan Fuster en ‘Nosaltres, els valencians’, obra e intelectual claves para la identidad y la reclamación de derechos propios para los valencianos. “Además, el postfranquismo tenía miedo de que España se rompiera, no solo por el País Vasco y Catalunya, sino también por el País Valencià”, subraya Flor, autor del libro ‘Noves glòries a Espanya, anticatalanisme i identitat valenciana’, indicando por qué, desde algunos sectores, un movimiento de perfil españolista era bienvenido.
A la muerte de Franco, todos los anhelos reprimidos durante décadas explotaron por los cuatro costados de España. En el País Valencià, el principal lo resumía el canto “llibertat, amnistia i estatut d’automia”, entonado en masivas manifestaciones reclamando un alto grado de autogobierno dentro del Estado; pero no es hasta 1979, en que la izquierda gana las elecciones en el País Valencià, cuando el conflicto estalla definitivamente para intentar cambiar el resultado de las urnas.
Es entonces cuando la maquinaria posfranquista se activa y la UCD, de la mano de Fernando Abril Martorell, y el PSOE, con Alfonso Guerra, se unen para frustrar las reivindicaciones valencianas, con la ayuda mediática del diario Las Provincias, hasta entonces el más progresista de la prensa valenciana. La consigna era clara: asociar autogobierno con catalanismo. Y contra ese presunto catalanismo valdrá todo.
Es lo que se conoce como la ‘Batalla de Valencia’: agresiones a plena luz del día contra cargos electos de izquierda; quema de la senyera oficial que entonces no llevaba la banda azul; atentados contra domicilios de intelectuales del nacionalismo valenciano; amenazas e insultos por parte de la ultraderecha. Y la policía mirando para otro lado.
“El escándalo de Valencia —la vergonzante impunidad de la ultraderecha— ha trascendido a la prensa estatal como noticia de primera plana. En los pastillos de las Cortes se comenta la barbarie fascista. Algún diputado de UCD tiene la desfachatez de echarle la culpa a la izquierda". Así cerraba la periodista Rosa Solbes su crónica para Valencia Semanal, titulada ‘Fachas en la calle’, sobre la jornada de violencia inusual desatada el 9 de octubre de 1979, día del País Valencià.
Con el miedo en el cuerpo de la izquierda y parte de la prensa justificando la violencia como un acto de autodefensa, finalmente, en 1982, Madrid recorta el estatuto aprobado en Les Corts. Y el País Valencià, a pesar de contar con un anteproyecto de Estatuto de Autonomía desde la II República y leyes forales propias, accede a la autonomía por la vía reducida del artículo 143 de la Constitución española, en lugar de por la vía rápida del artículo 151 por la que accedieron las “nacionalidades históricas” de Catalunya, País Vasco y Galicia, además de Andalucía.
No obstante, conseguido el objetivo de acabar con el autogobierno, el monstruo no murió. Durante la ‘Batalla de Valencia’, “se manifestaba masivamente gente de las fallas, de barrio y de poca cultura. Y, aparte de eso, había grupúsculos realmente violentos de extrema derecha que aprovechaban para abrir más de una cabeza”, explica hoy Solbes, que en aquella época fue también corresponsal para El Periódico de Catalunya y rememora lo difícil que resultaba explicar a Barcelona, y también a Madrid, lo que estaba ocurriendo en València. “Continuamente me preguntaban ‘¿estás segura de lo que nos estás contando?”.
El blaverismo había arraigado en parte de la sociedad y no faltó quien intentó capitalizarlo. De entre los que lo hicieron, fue Unió Valenciana el partido que obtuvo el mayor éxito, y solo la diferencia de un concejal hizo que fueran ellos quienes en 1991 facilitaran la alcaldía de València a Rita Barberá, y no a la inversa. También Eduardo Zaplana, 4 años después, se apoyaría en ellos para alcanzar la Generalitat en 1995, pero con el cartaginés al frente, los populares no dudaron en fagocitar a la formación como adversaria política, absorbiendo en su seno, a cambio de cargos, a la práctica totalidad de sus figuras. Desde entonces los populares se erigirían como los únicos que defendían las “verdaderas” señas de identidad valenciana, frente a unas izquierdas que —aseguraban y aseguran en el PP— coqueteaban con el “catalanismo”.
Pero Zaplana no solo engulló al blaverismo en el PP, sino que también, quizás sin pretenderlo, zanjó la leyenda sobre la lengua. Como recuerda Flor, “Zaplana cortó con el secesionismo lingüístico en parte” con la creación de la Acadèmia Valenciana de la Llengua, órgano que preveía el Estatut y que reconoce la unidad de la lengua catalana. “Pero fue más por una táctica estatal que ideológica”, apunta el sociólogo, recordando que el movimiento se produjo en la primera legislatura de José María Aznar, y que respondía a la necesidad del PP por pactar con CiU la presidencia del Gobierno. En cuanto a Zaplana –murciano que nunca habló valenciano ni lo intentó-, su interés recaía en posicionarse en Madrid y mantenerse en el poder.
Desde los años noventa, Zaplana, Francisco Camps y Alberto Fabra regaron de subvenciones a entidades blaveras como Lo Rat Penat o la Real Acadèmia de Cultura Valenciana de la Llengua. No existe una cifra aproximada de cuánto dinero han recibido hasta ahora estas organizaciones de dudosa utilidad pública, pero con el cambio de poder a un gobierno de izquierdas, el previsible recorte de estas ayudas podría ser una de las claves del recrudecimiento de las tensiones.
“El blaverismo lo ha desactivado la propia evolución histórica”, analiza Vicent Baydal, historiador y autor de la obra Els valencians, des de quan són valencians? (Afers, 2016). “En el momento en el que nacionalismo valenciano se centra en un discurso político valenciano, empieza a desactivarse el conflicto”, explica Baydal, para quien la aparición de Compromís y sus consecutivos éxitos electorales ha sido clave en los últimos años.
Al blaverismo el PP le sacó “mucho rédito político”, corrobora Baydal, que estima que a Ciudadanos, en cambio, “no le interesa nada mostrarse como defensor de una identidad regional valenciana”, debido a la unidad de España que proclaman los de Albert Rivera. “Esta historia de Ciudadanos, al lado de aquello, es una broma. Lo intentarán, seguro. Y no me extraña en absoluto, pero los tiempos son otros”, valora la veterana periodista Solbes, que, no obstante, desliza un deseo: “Ojalá no tengas que hacer crónicas como las que yo hacía.”
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