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"Queremos que se conozca este atentado silenciado por Estados Unidos"

PATRICIA CAMPELO

A José Vaquero Iglesias, de 23 años y natural de Villablino (León), le gustaba el mar, y lo convirtió en su profesión formándose como marino mercante. Trabajador de la compañía Marítima del Norte, viajaba como tercer maquinista a bordo del Sierra Aránzazu el fatídico 13 de septiembre de 1964. Un año antes, en el marco de la Guerra Fría, Estados Unidos impuso el bloqueo comercial a Cuba, y esta compañía naviera era la única en España que continuó con el transporte de comida y enseres a la isla del Caribe.

Ese día, al anochecer, el Sierra Aránzazu -cargado con alimentos, telas y aperos de labranza-, fue atacado por dos lanchas comandadas por miembros del Movimiento de Recuperación Revolucionaria [MRR] un grupo anticastrista financiado por la CIA. Durante diez minutos, las ráfagas de ametralladora y los cañones desataron el desastre impactando contra el casco y el puente del mercante, destrozando la chimenea y originando un incendio, e hiriendo de muerte a parte de la tripulación.

Los heridos leve arriaron el bote salvavidas con menos destrozos y allí se arremolinó la veintena de hombres del Sierra Aránzazu. Los dos marineros más graves murieron desangrados en aquel bote agujereado a la deriva. Entre ellos José Vaquero, con un impacto de bala que le destrozó el abdomen. Junto a él, Pedro Ibargurengoitia, el capitán. Francisco Javier Cabello, el segundo oficial, herido también de gravedad, murió a las pocas horas de ser rescatados.

Los hermanos pequeños de José, Tomás y Julio, llevan años recabando información sobre este episodio que se cubrió de olvido demasiado pronto y que se quiso revestir como un acto de piratería. 'Tras el ataque, comenzaron a surgir muchas versiones; primero se hacía responsable a Cuba, después a otros grupos disidentes. Circularon mentiras para ocultar la responsabilidad del Movimiento de Recuperación Revolucionaria, dirigido por Manuel Artime, el ‘chico de oro' de la CIA', explica Tomás Vaquero, que ha tenido acceso a documentos desclasificados de la agencia de inteligencia estadounidense, con todo tipo de detalles.

La versión imperante, aceptada por las autoridades franquistas -que eludieron cualquier tipo de investigación-, fue la que defendía la 'confusión' del objetivo a bombardear. 'El MRR asumió la autoría del ataque, pero aseguró que había confundido el barco con el Sierra Maestra, el buque insignia de la flota cubana, un carguero de dimensiones cinco veces mayor que el Sierra Aránzazu', detalla Vaquero. 'Alegaron que anochecía y que, con ayuda de un reflector, vieron la inscripción de ‘sierra' y pensaron que era el barco cubano', añade. Pero el Sierra Maestra había atravesado el Canal de Panamá una semana antes rumbo a China y 'los americanos sabían eso perfectamente'. En la información hallada por Vaquero, se detalla que el sistema de comunicaciones de las lanchas atacantes había sido facilitado -y era controlado- por la CIA.

Además, la amenaza del huracán Ethel obligó a cambiar de rumbo algunos grados a babor para acceder a Cuba por el sur de las Bahamas. Y horas antes del ataque, un avión de patrulla marítima de los guardacostas estadounidenses sobrevoló el carguero español en varias ocasiones a muy baja altura, según datos rescatados por el marino mercante e investigador de tragedias marítimas Manuel Rodríguez Aguilar.

Otro dato que ha salido a la luz tras la desclasificación del legajo sobre el ataque al Sierra Aránzazu -precisamente, el mismo que contiene la documentación sobre el asesinato de Kennedy, 'algo que nos llamó mucho la atención', confiesa Vaquero- contribuye a probar la premeditación del atentado. En un cable enviado por un informador de la CIA bajo el nombre de Whitheld se avanza un encuentro que tendrá lugar en Paris con la persona que 'arregló' el ataque al Sierra Aránzazu para pagar al radio operador 'que facilitó la posición [del carguero español] a la nave atacante'. Dicho cable, al que ha tenido acceso Público, expresa también que el radio operador 'contó la historia completa a la policía española'.

De madrugada, un barco holandés divisó al Sierra Aránzazu en llamas y comunicó por radio el incidente. A las seis de la mañana llegó el avión de reconocimiento y, poco después, el rescate con el mismo buque de Holanda que había permanecido en los alrededores. El Gobierno americano atendió a las víctimas en un primer momento, y Cuba devolvió el Sierra Aránzazu a la naviera española sin reclamar después el importe de los gastos del traslado, tal y como se reconoce en el derecho marítimo. El gobierno de Castro, además, indemnizó a las familias de los marinos asesinados. 'Creo recordar que fueron unas 60.000 pesetas', estima Vaquero. 'Los supervivientes quedaron tocados de por vida', añade.

El franquismo acaparó el impacto mediático internacional del atentado contra el carguero, organizando un recibimiento institucional en el aeropuerto de Barajas con medios de comunicación, pero olvidando a las víctimas después. Estados Unidos prometió una investigación que nunca vio la luz. Y la compañía Marítima del Norte continuó sus viajes a Cuba pero sólo un año más, hasta 1965.

'Lo que queremos es que se conozca este atentado silenciado por Estados Unidos y olvidado en España, que se haga justicia con toda aquella tripulación masacrada', demanda Tomás Vaquero, que participó en el funeral celebrado la pasada semana en Villablino en recuerdo a su hermano y al resto de víctimas.

La familia Vaquero Iglesias pide hoy esclarecer los hechos mediante el acceso a los archivos policiales en España. Además de los documentos desclasificados de la CIA, no han podido acceder a otros archivos, y creen que los ficheros españoles pueden albergar información clave. 'Hay todavía muchos cabos sueltos y esperamos poder atarlos según se siga desclasificando', anhela Vaquero.

Hasta entonces, los hermanos del joven maquinista asesinado desean que se conozca la tragedia del Sierra Aránzazu por el sufrimiento que ocasionó a las víctimas y a sus familias, por la impunidad que siguió a aquellos hechos y para preservar la memoria de esos marinos que hace 50 años emprendieron, sin saberlo, su último viaje por aguas del Atlántico.

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