Tras la movilización de las Marchas de la Dignidad el pasado sábado los antidisturbios de la UIP cargaron contra los manifestantes y comenzó una auténtica batalla campal. 21 personas fueron detenidas por la Policía esa noche. Todas fueron puestas en libertad dos días después tras declarar en los juzgados de Plaza Castilla, salvo uno, al que el juez decretó prisión provisional por lesiones graves a un agente y todavía sigue entre rejas.
A continuación, reproducimos algunos fragmentos del testimonio de una de las detenidas, que pasó en el complejo policial de Moratalaz desde que fue arrestada el sábado por la noche hasta el lunes. Por miedo a más represalias, prefiere mantenerse en el anonimato.
Me detuvieron en la esquina de Alcalá. Me estaba yendo a casa con un amigo cuando apareció un furgón de Policía que perseguía a varios chavales que iban huyendo. Crucé corriendo porque me asusté, pero el furgón se paró y bajaron varios antidisturbios y me detuvieron, junto a otra chica que estaba por allí. Nos tuvieron un rato boca abajo y luego sentadas, hasta que nos llevaron al furgón. Me preguntaron si llevaba algo en los bolsillos y dije que no, así que no me registraron y pude avisar a mis amigos por el móvil de que estaba detenida.
Luego el furgón fue recogiendo a otros detenidos. A dos de ellos les habían pegado mucho. A uno que se había intentado escapar le habían pegado una paliza y estaba sangrando. Más tarde, en comisaría, ese chico meó sangre y se lo llevaron al hospital. Y como luego le dolía mucho el pecho se lo volvieron a llevar por segunda vez. Después de la primera visita al hospital, le metieron en un ascensor, donde no hay cámaras, y le cogieron del cuello y le pegaron.
Ya en Moratalaz, nos tuvieron siete horas de pie con las manos en alto mirando a la pared, sin dejarnos hablar ni girar la cabeza. En un momento, a algunos nos dejaron sentarnos en el suelo, pero otros, todos chicos, no dejaban ni apoyarse. Durante ese tiempo tenían organizados turnos de polis malos y polis buenos. Además, no dejaban ir al baño ni beber agua, ni daban la medicación a los que la necesitaban.
Cuando nos preguntaron por los abogados yo pedí los del equipo jurídico del 22-M y me dijeron que no valía. Estuve insistiendo y ellos me dijeron que si seguía así me asignarían uno de oficio. Entonces decidí pedir a uno concreto que estaban diciendo otros detenidos y que estaba en el equipo.
A un detenido que se quejaba mucho, diciendo que tenía derechos, le apretaron las esposas hasta que las manos se le pusieron moradas. Siguió quejándose y un policía llegó y le dijo '¿Así te gusta más?' y se las apretó más aún. Y ahí empezamos todos a gritar para que se las aflojaran y llamando al Samur, porque sabíamos que estaban en la sala de al lado. Vinieron los de Samur y le aflojaron los grilletes. Yo vi sus manos pasar de color amarillo a morado.
Yo estuve dos o tres horas pidiendo ir al baño y no me dejaron. Después nos llevaron a las celdas, en otro edificio. Nos pusieron de dos en dos. A mí me pusieron con una chica que era diabética, que se tenía que pinchar insulina a cada rato y que le pusieron problemas. A las chicas nos metieron en celdas con váter y lavabo y las de los chicos no tenían. Así, los chicos estuvieron más de 35 horas sin beber agua ni ir al baño, pese a que lo pedían a gritos sin parar. A nadie le dieron comida, salvo a mi celda porque estaba con la diabética.
Luego fuimos a hablar con el abogado. Dieron por hecho que no íbamos a declarar en comisaría. Yo pasé a una sala para la entrevista, en la que había una cámara y además dejaron la puerta entreabierta. Cuando el abogado fue a salir vio a un policía detrás de la puerta escuchando.
Más tarde nos trajeron la comida, que ya era sábado a medio día. Mi compañera de celda, que tenía que pincharse la insulina antes de comer, la estuvo pidiendo a gritos y los policías hacían como que no escuchaban. Empezamos a gritar desde todas las celdas y tampoco hicieron caso. Entonces hicimos bolas con papel higiénico, las mojamos y las tiramos a la cámara de seguridad hasta que la tapamos, para ver si así venían y podíamos pedir la insulina. Pero vinieron muy enfadados y nos metieron en otra celda a oscuras ni baño ni lavabo. Perdimos los privilegios que nos habían dado al principio por ser chicas.
Al rato ya le trajeron la insulina y nos dejaron en esa celda a oscuras. Como seguíamos sin baño, al final muchos chicos empezaron a mear en el pasillo. Tengo muchos recuerdos de esas horas. Un chico empezó a gritar que les estaban tratando como a perros y un policía le respondió que eran perros. Y una chica dijo que tenía la regla y pidió compresas y una policía le dijo: 'Sí, te voy a dar dos'.
Para mí, todo esto que nos ha pasado es tortura.
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