Su reinado pasó a la Historia como el más largo y fructífero del antiguo Egipto. Durante los 67 años en que gobernó, sus habitantes vivieron la última y más brillante etapa de esplendor y prosperidad del imperio, que favoreció el desarrollo de las letras y la realización de impresionantes obras arquitectónicas.
Ramsés II, quizá el faraón más célebre de su civilización y el más querido y recordado por los egipcios de hoy, recibió ayer un nuevo homenaje. Como cada 22 de octubre, el sol iluminó durante 24 minutos el rostro de su estatua en el templo de Abu Simbel para celebrar la fecha de su nacimiento. Un pequeño milagro de la naturaleza y la ingeniería, pues el templo está construido de manera que los rayos solares alumbran su figura dos veces al año. La segunda, el 22 de febrero, conmemora su acceso al trono.
Construcciones faraónicas
A los diez años fue nombrado heredero y, a los 25, faraón. El dominio cultural, militar, económico y político de su pueblo contribuyó a alimentar su ego y a forjar su propia leyenda. Si Ramsés II pasó a la Historia fue, en gran parte, gracias a las impresionantes estructuras que ordenó construir. Entre otras, amplió los templos de Abidos y Amón en Osireion y Tebas, respectivamente, terminó la sala hipóstila del templo de Amón en Karnak y construyó el templo funerario de Rameseum en el Valle de los Reyes, destinado a ser su tumba.
Pero su gran obra fue, sin duda, la ciudad nueva de Per-Ramsés (La casa de Ramsés, Grande en Victorias), construida para controlar el imperio, que abarcaba desde Sudán en el sur hasta el Mediterráneo en el norte y desde Libia en el oeste hasta el Orontes en el este.
En su reinado sofocó las rebeliones de los hititas y realizó incursiones en Siria y Palestina, estableciendo nuevas colonias y líneas fronterizas. Sin embargo, la dificultad de consolidar las conquistas y la amenaza de los 'pueblos del mar' llevó a Ramsés a pactar con el rey hitita Hattusil el reparto de esta región en el año 1294 a.C.
Un rey, un mito
Según la leyenda, grabada y dibujada en piedra en la narración épica Poema de Qadesh, los hititas -entonces tercera potencia en Oriente Medio- se rebelaron contra el ejército egipcio en Qadesh, al norte de Siria. Ramsés, soberbio, comandó a sus hombres, que debían castigar a los insurrectos. Pero cuando el ejército llegó a Petra, se escondió.
El enemigo había reunido a 40.000 soldados y las fuerzas del faraón, inferiores en número, huyeron sin presentar combate. Ramsés, sin embargo, no se achantó y encaró a sus rivales invocando la ayuda del dios Amón. Salió victorioso. Otra versión asegura que, en realidad, el faraón acabó pidiendo la clemencia de Hattusil y casándose con una de las hijas del monarca.
Cuando Ramsés volvió a reunirse con los suyos, montó en cólera. Contó en decenas a sus soldados y ejecutó a cada décimo hombre para escarmiento y ejemplo de los demás. El Poema lo desribe así: 'Mi Majestad se puso ante ellos, los conté y los maté uno a uno, frente a mis caballos se derrumbaron y quedaron cada uno donde había caído, ahogándose en su propia sangre...'.
Los investigadores hablan de Ramsés como un gobernante indiferente y cruel. Un déspota que escondía tesoros mediante trampas, que colgaba los cadáveres de sus enemigos en paredes de palacios y murallas y que tuvo cientos de hijos. La mujer de su vida fue su Nefertari y murió a los 92 años. Como todo faraón fue momificado.
Un templo para el faraón
Una de las obsesiones de Ramsés II fue construir templos enormes que impresionasen a sus vecinos. El más célebre es el de Abu Simbel, dedicado a los dioses Ra, Ptah, Amón y el propio Ramsés, que no tembló a la hora de autoproclamarse dios antes de morir. Los sacerdotes se resignaron ante su insolencia. El templo es hoy símbolo irremplazable del Egipto antiguo y la Unesco lo salvó de quedar sumergido bajo las aguas del río Naser en 1964, cuando se construyó la gran presa de Asuán.
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