El rey ha iniciado los trámites para renunciar al uso del yate Fortuna, que se encuentra habitualmente en Palma, y que el año pasado sólo salió a la mar durante unas horas. Según ha informado un portavoz de Zarzuela, el monarca ha solicitado a Patrimonio Nacional que dé comienzo a los trámites para la desafección de este barco como bien de dicho organismo. Será el Consejo de Ministros el que decidirá el futuro del yate actual, que es del año 2000, y que sustituyó al anterior de igual nombre, que a su vez reemplazó a otro. Se trata de una embarcación de clase Dragón con la que Juan Carlos de Borbón participó en los juegos olímpicos de 1972, y que se encuentra en el museo Olímpico de Barcelona.
El Fortuna fue un obsequio al rey de 25 empresarios de las Islas Baleares para su uso y disfrute, que este donó posteriormente al Patrimonio Nacional. Se construyó en los astilleros de Izar en San Fernando (Cádiz), está realizado totalmente en aluminio y cuenta con cinco camarotes dobles, más los destinados a la tripulación. La decisión del rey de renunciar al uso del Fortuna deja sin patrón a un yate que cuando fue botado, hace más de una década, pasaba por ser el más veloz en su categoría, si bien su utilización por el jefe del Estado ha sido cada vez más escasa en los últimos años, sobre todo debido a su elevado coste.
Unos 3.000 millones de pesetas (18 millones de euros) costó la embarcación, un avanzado prototipo de 41,5 metros de eslora capaz de alcanzar los 65 nudos de velocidad gracias a un sofisticado sistema de propulsión que dio más de un quebradero de cabeza a los armadores de Bazán, el astillero público encargado de su construcción. La factura fue sufragada por una treintena de destacados empresarios congregados en torno a la Fundación Turística y Cultural de las Islas Baleares, que decidieron regalar al Monarca un yate de alta velocidad para sustituir al otro Fortuna, donado en 1979 por el Rey Fahd de Arabia Saudí y que sufría frecuentes averías.
De esta manera, y tras un largo y complejo proceso de fabricación en los astilleros gaditanos de Bazán, la embarcación fue entregada en junio de 2000 a Patrimonio Nacional para uso de Juan Carlos de Borbón, que pudo disfrutar ese mismo verano de las entonces incomparables prestaciones en potencia y velocidad del nuevo Fortuna. Su diseño, concebido para lograr una velocidad inaudita para un casco de más de 40 metros, incluía tres turbinas de aviación Rolls Royce, e incorporaba un avanzado sistema para lograr plena estabilidad incluso al desplazarse a altas velocidades.
Los expertos llegaron a definir el prototipo como un barco construido como un avión, ya que también se emplearon materiales ultraligeros para conseguir la máxima potencia y se equiparon unos sistemas informáticos de navegación de última generación. En su interior, madera de sicomoro y remates en cuero para unos acabados que trataban de combinar la comodidad de su función de recreo con el protocolo exigido para poder recibir a personalidades.
La cubierta principal se reparte entre un salón noble, un comedor, una cocina y un puente de mando, mientras que en el piso inferior se ubican cuatro camarotes y los aposentos de los ocho tripulantes necesarios para poner en marcha la embarcación. Era el tercer Fortuna -el primero que utilizó la Familia Real a partir de 1976 se había construido en Barcelona- y confirmaba la pasión del jefe del Estado por el mar y los deportes náuticos, una afición heredada de la vocación marinera de su padre, Juan de Borbón, y compartida después con el príncipe.
El yate rápido se hizo enseguida habitual en los veraneos mallorquines del rey y de la Familia Real, con base en la estación naval de Porto Pi, y siempre en el punto de mira de los intrépidos paparazzi afanados en captar fotos exclusivas de sus ocupantes. Las salidas a la isla de Cabrera, con buena parte de la Familia Real a bordo, se repetían verano tras verano, así como las travesías del Rey, bien con testimonio gráfico o de carácter más privado.
Sin embargo, en los últimos tres años los movimientos del Fortuna se han ido restringiendo progresivamente, entre otras razones por el alto coste que supone llenar sus depósitos, unos 26.000 euros, de manera que la embarcación pasa la mayor parte del año atracada en su base de Porto Pi, ajena a las miradas. La última vez que el rey se hizo a la mar en el Fortuna fue el 13 de agosto del año pasado, muy temprano, acompañado tan sólo por la tripulación. Fondearon en el norte de la isla, cerca del cabo Formentor, y por la tarde el yate regresó a puerto en lo que ahora será su última singladura con el patrón más ilustre.
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