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La vicepresidenta pierde su vara de mando

El PP cuestiona la acumulación de poder de Sáenz de Santamaría y piden un vicepresidente económico

ANA PARDO DE VERA

La última encuesta del CIS deja poco margen para la duda sobre la imagen del Gobierno: todos suspenden y sus calificaciones descienden por debajo del cuatro. Sin embargo, según sus propias palabras, el presidente Mariano Rajoy (que obtiene un 3,33) está orgulloso de su Ejecutivo y no tiene previsto hacer los cambios que, incluso desde el PP, se ven necesarios.

Dos son los ámbitos de actuación del Gobierno sobre los que ha saltado la alerta roja: la coordinación entre ministerios y la labor de comunicación y explicación de los recortes con los que Rajoy ha traicionado todo el programa electoral con el que accedió a La Moncloa. Ambas competencias dependen de la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría, cuya acumulación de poder comienza a ser cuestionada por ineficaz e inabarcable dentro de sus propias filas.

El principal escollo con el que lidiar todos los días, según reconocen los dirigentes conservadores, es la gestión económica, que ha empapado todos y cada uno de los movimientos del Gobierno. El problema es que esta gestión carece de una cabeza política visible. En realidad, tiene tres y no siempre se mueven al mismo ritmo: la vicepresidenta, que coordina lo político y lo económico; el ministro de Economía y Competitividad, Luis de Guindos, y el ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro. La sustitución de estos dos últimos por un vicepresidente económico es un rumor a voces que Rajoy ha tratado de zanjar este verano negando una remodelación, pero en realidad, reconocen incluso los suyos, 'responde a un deseo fruto de la constatación de un error': no haberlo nombrado desde el principio.

Ni en el PP ni en el Gobierno se cuestiona 'la capacidad política, intelectual y gestora' de Sáenz Santamaría, aunque sí se admite que, en las circunstancias actuales, pretender que ella sea capaz de coordinar una gestión tan compleja y contradictoria y, además, 'venderla' positivamente es una equivocación del presidente y una derivada de la lealtad de ella, incapaz de ponerse límite y pedir refuerzo para dividir sus competencias. Desde las filas conservadoras reclaman un 'referente económico en el Gobierno', capaz de poner rostro a un 'futuro amable', que están seguros será el fruto de los drásticos recortes actuales.

El trabajo fallido de comunicación de la labor del Gobierno sí es, en cambio, responsabilidad exclusiva de la vicepresidenta y un quebradero de cabeza para el partido, que asegura esforzarse en volcar pedagogía allá donde el Ejecutivo lanza sus recortes y subidas de impuestos. El éxito, a tenor de la opinión ciudadana, es nulo. Con un presidente ausente y una vicepresidenta-ministra-portavoz que comparece los viernes para anunciar de todo menos alegrías a los ciudadanos, 'no es suficiente'.

El Gobierno necesita también un portavoz dedicado exclusivamente a explicarlo todo punto por punto y a explicarlo bien y muchas veces. Entre los propios miembros del PP reconocen que no se puede asegurar, por un lado, que si las reformas se hubieran hecho antes (durante el Gobierno socialista), ahora estaríamos mejor y, por otro, sostener que se están haciendo unas reformas que no gusta hacer pero que no hay más remedio. '¿En qué quedamos?', se preguntan.

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