El cadáver político de Nicolas Sarkozy ha descansado en paz apenas unos días. El otrora intocable líder de los conservadores franceses ha visto, aún de cuerpo presente, como los dirigentes de Unión por un Movimiento Popular (UMP) han comenzado a despedazar su legado nada más confirmarse el derrumbe electoral del partido.
Y en su funeral no se ha hablado precisamente de sus aciertos: destacadas voces achacan el naufragio conservador a su derechización paulatina y a haberse enfangado sin disimulo en los pantanos extremistas y xenófobos de Marine Le Pen. Ahora muchos se cuestionan sobre las consecuencias futuras de haber roto el cordón sanitario en torno a los ultras del Frente Nacional (FN). Una vez borrado el tabú fronterizo de los valores republicanos, la lucha por situar el eje social de la derecha francesa ha comenzado... Y no sólo dentro de UMP: esta vez el clan Le Pen no quiere perderse esa batalla.
UMP fue concebido como un partido de Gobierno y está por ver cómo soporta el largo invierno de oposición que se le avecina. En sus inicios, allá por 2002, la unión de gaullistas, liberales, cristianos, chiracquistas y conservadores varios tuvo por objeto crear una típica formación de derechas atrapalotodo, que abrigara al presidente Jacques Chirac en su reelección. Se trataba de asentar las bases para un dominio permanente de la derecha.
Y ese guión creció a partir de 2004 en torno a la figura carismática de Sarkozy, quien comenzó su mandato enfundado en un reluciente guante blanco y lo terminó abrazando un duro discurso que ensamblaba inmigración y delincuencia al más puro estilo lepenista. Aun así, mientras duró el poder, el partido se cohesionó sin fisuras. Pero esos tiempos, a pesar de medirse sólo en días, parecen ya muy lejanos: esta semana las cabinas de radio y televisión francesas han sido un auténtico confesionario para los líderes de UMP. Las ventanas están abiertas y se airean las criticas como pocas veces ha ocurrido entre sus filas.
'No debimos alejarnos del pacto fundador'. Quien se lamenta es François Baroin, ministro de Economía de Sarkozy, recordando los tiempos en que la izquierda y la derecha republicanas se volcaron en apoyar a Chirac frente a Jean Marie Le Pen. 'No debimos cazar furtivamente en los terrenos de Le Pen', dice en un canal de televisión. Baja un poco la cabeza y reflexiona: 'Cuando comenzamos a decir que tenemos valores comunes con el Frente Nacional y con Le Pen...'. Se detiene ahí.
Fue sólo el comienzo. Era el pistoletazo de salida para una guerra de posicionamientos. Y en esa avanzadilla crítica salieron muchos: el ex primer ministro y senador Jean-Pierre Raffarin, que ahondó en la herida: 'El FN tiene una historia que no le sitúa en los valores de la República [...]. Y nosotros hemos reforzado el peso de la derecha, pero no el del centro', asegura. También la ex ministra de Deportes Chantal Jouanno: 'Ésta es una triste derrota que condena la estrategia de derechización tomada'. Y la senadora Fabienne Keller, quien propone volver a levantar una 'gran muralla' alrededor del Frente Nacional y sus ideas.
Hay un dejo de vergüenza en sus palabras: parte del partido parece masticar más una derrota moral que una derrota política. ¿Pero cuando comenzó esa deriva ultraderechista de UMP? Todos mascullan un lugar y una fecha: Grenoble, 2010.
Era verano. La muerte de un joven de origen árabe por disparos de la policía desencadenó en los suburbios de esta localidad, situada al este del país, varios días de disturbios callejeros. En esos tiempos, la popularidad de Sarkozy ya hacía aguas debido a sonoros casos de corrupción y a la sensación generalizada de promesas incumplidas. El entonces presidente francés encontró allí lo que buscaba: una excusa para azuzar a su electorado más extremista, que se le fugaba a chorros hacia Marine Le Pen. Así, el 30 de julio de 2010 se presentó en Grenoble para formular un discurso que no tendría camino de vuelta: vincular inmigración y delincuencia. 'Sufrimos las consecuencias de 50 años de inmigración escasamente regulada... ¡Y estamos tan orgullosos! Eso se ha terminado', dijo.
El resto de la historia es de sobra conocida: primero propuso quitar la nacionalidad a los franceses de origen extranjero que atentaran contra una autoridad pública; después vino la expulsión de gitanos rumanos; la censura del Comité de la ONU para Asuntos de Discriminación Racial, y, al final, sus últimos coletazos para cazar el voto xenófobo tras perder la primera vuelta de las presidenciales contra François Hollande: 'Francia no puede seguir recibiendo tantos extranjeros'. Os entiendo, vino a decir a los 6,5 millones de votantes de Le Pen.
Los conservadores aún darían un paso más allá. El último hilillo del cordón sanitario se rompió en la segunda vuelta de las legislativas, cuando UMP dejó libertad de voto para los enfrentamientos entre los candidatos del Partido Socialista y el Frente Nacional. Hasta ahora el llamado pacto republicano era apoyar al rival que tuviera más opciones frente a la extrema derecha, fuera socialista o conservador. Ya no hay otra orilla para UMP.
El daño estaba hecho. La legitimación del discurso del Frente Nacional había calado entre el electorado de UMP que, si en el pasado se sentía en otra orilla -la de los valores republicanos compartidos con la izquierda- frente al clan Le Pen y los suyos, ahora más de un 60% de sus votantes apoyaría cualquier pacto entre ambos, según los sondeos.
Y en esa brecha es dónde quiere jugar Marine Le Pen. Su intención es clara: tratar de aprovechar el desconcierto de UMP y, en sus propias palabras, 'reunir al electorado de derechas en torno al Frente Nacional'. De momento, sin poder cuantitativo real (tan solo tiene dos diputados) ha conseguido que UMP rompa con la 'demonización' de su formación. Ella ya no es tabú, y gran parte de culpa la tiene UMP, como reconoce el propio ex ministro y diputado Baroin: 'Hemos dado credibilidad al Frente Nacional'.
¿Y ahora? 'Ahora es un momento delicado para UMP', asegura Renaud Dély, analista de Le Nouvel Observateur, quien considera que la formación debe equilibrarse entre sus distintas sensibilidades y poner coto a los valores perdidos. Unos valores que el periódico de izquierdas Liberation sitúa en dos límites claros: '¿Son xenófobos como Marine Le Pen o no?, ¿se comparten los mismos valores o no?'.
La realidad es que una parte importante de UMP considera que la derechización del partido ha sido positiva y es la línea a seguir. Lo mantienen los dirigentes que se enmarcan dentro del grupo llamado Derecha Popular, y que tienen al ex ministro del Interior Brice Hortefeux -la mano de hierro que dirigió las expulsiones de gitanos- como cabeza más visible. También han reaccionado al debate: 'Había que responder a la llamada del pueblo', ha asegurado el diputado Philippe Meunier, quien considera que hay una inmigración que llega al ritmo de una 'auténtica colonización'. Y Eric Ciotti, otro diputado de su misma línea, añade en Liberation: 'Si Sarkozy se hubiera quedado en la temática centrista no habría pasado ni la primera vuelta de las presidenciales'. Reflexión que contrasta con el sonoro fracaso de los candidatos de este grupo en las legislativas: de los 42 candidatos que presentaban, se quedaron sin escaño 21. La mitad, un fracaso por encima de la media de su partido.
Sea como fuere, parece claro que la estrategia de Sarkozy ha desarbolado a los conservadores: en su quinquenio han perdido las elecciones municipales, cantonales, regionales, al Senado, las presidenciales y las legislativas.
Ahora las espadas en UMP están en todo lo alto, y algunas escondidas aún en los abrigos. La guerra interna por liderar el partido no ha hecho sino comenzar: en octubre se reunirán en un congreso para decidir el camino a seguir. Y, de momento, los maestros de esgrima son el exprimer ministro François Fillon, que pretende reunir a los moderados, y el secretario general, Jean-François Copé -más del gusto del ala derecha-. Parece tomar ventaja el segundo, ya que ha conseguido colocar a uno de sus afines, Christian Jacob, en la presidencia del grupo parlamentario en la Asamblea. 'El tiempo de la reconquista ha comenzado', asegura Copé. Y en la distancia, una invitada insospechada llamada Marine Le Pen también se relame al oír esas palabras.
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