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Las canciones a base de martillazos de Rafa Berrio

El músico vasco presenta ‘1971’, uno de los trabajos más rotundos del último año

JESÚS MIGUEL MARCOS

Llevo 30 años haciendo música y es la primera vez que tengo mánager', dice el donostiarra Rafael Berrio justo después de darle el primer trago a una jarra de cerveza. La frase sirve de síntesis de su carrera, una trayectoria por carreteras secundarias, fuera de foco, que condenó a Berrio a una invisibilidad no elegida, pero de la que tampoco luchó por escapar. Un ejemplo: este verano sólo se vislumbra un bolo suyo y en la otra punta de España, el 21 de agosto en el hotel Utopía de Casas Viejas (Cádiz).

En los ochenta, cuando estalló el rock radical vasco, él andaba absorbido por la new wave (tocó con Poch, luego figura de la Movida madrileña en Derribos Arias). En los noventa aparecían en su ciudad algunas de las bandas más relevantes del indie (Family, Le Mans...), pero él se enfrascaba en un rock dylaniano con su grupo de entonces, Amor a traición. En la última década se refugió bajo el nombre de Deriva: su voz más personal encontró cimientos, aunque la repercusión fue nula.

Da la impresión de que Rafael Berrio ha estado siempre en el lugar y el tiempo equivocados. Tuvo hasta la mala suerte de escribir una letra para un grupo novel de su ciudad que necesitaba ayuda en sus inicios y que terminó convirtiéndose en el grupo de pop comercial más vendedor de la última década: La Oreja de Van Gogh. 'Fue una confusión, una precipitación... Sony tenía mucha prisa porque entregaran canciones, se pusieron nerviosos y, por medio de mi productor, Iñaki de Lucas, me pidieron unas letras. No hemos tenido más relación', cuenta, llevando lo ocurrido al terreno de la anécdota.

Las letras son muy directas, no hay vaguedades, imágenes difusas o ambiguas

Otra impresión: todos sus discos anteriores (solo cinco) no han sido sino la preparación del último, 1971, un trabajo atravesado por los espectros de Leonard Cohen y Lou Reed, pero sostenido por una voz personal y unas canciones rotundas de narrativa lúcida, extrema y con un matizado distanciamiento. 'Es todo una humorada. Está bien que la gente se las crea, pero si te fijas bien, está todo en clave de humor. Es verdad que hay gente que llora y otra gente que no para de reírse todo el rato. Son muy solemnes, lapidarias y tajantes, pero en una corriente subterránea de humorismo', se explica.

Las letras son muy directas, no hay vaguedades, imágenes difusas o ambiguas. Son miradas claras a los lugares oscuros de la existencia. El autor relata, pero también se expone. De ahí esa ironía, esa distancia que Berrio explica así: 'No soy nostálgico, pero es un buen tema'.

El músico canta, con una lírica grave y rica, casi siempre jugando, sobre el amor (Cómo iba yo a saber), extremos dilemas vitales (Simulacro, Como Cortés y Oh, verdad desnuda) y recuerdos terroríficos (Este álbum). Bajo la producción de Joserra Senperena, el álbum suena clásico, pero no antiguo. Las canciones se sostienen con cuerdas, pianos y guitarras españolas que aportan solemnidad y una extraña tensión.

'Yo quería que Joserra me hiciera arreglos al modo de Juan Carlos Calderón. Me gustan esas canciones españolas de los setenta: Cecilia, la primera época de Mocedades, la Mari Trini existencialista, la canción francesa... Quería música grande, con orquesta, metales y de todo', comenta el músico.

Berrio no le da importancia a la poca repercusión que ha tenido hasta ahora ('He hecho los discos a mi aire, tampoco es un drama'), ni siquiera al hecho de no vivir de la música: 'Me han mantenido mis novias, he sido ama de casa siempre'.

No escucha música porque le desmoraliza: 'Si tienes que componer canciones no puedes andar escuchando a otros. Sólo pongo Radio Clásica, Mahler y cosas así...'. Porque hacer canciones, para él, no es tarea fácil: 'Un herrero delante de un yunque, dando martillazos. Es como dar martillazos a una barra de hierro'.

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