En el barranco de Víznar, donde reposan los restos de cientos de fusilados por los franquistas, cada 18 de agosto, bien entrada la madrugada del 19, los gitanos del Sacromonte entran en escena. No hay nada programado. No hay focos ni micrófonos. Pero en una de las fosas comunes que encierra una aterradora historia de represión y muerte, despierta el alma del flamenco. Es allí, a la luz de las velas y de las estrellas, donde aflora lo más profundo de los sentimientos y surge el espectáculo. Cante y baile, poesía y prosa. Cualquier manifestación artística cabe en esa noche mestiza que ahora, al cabo de los años, congrega a gitanos y payos, a gentes del Sacromonte y de Víznar, para honrar la memoria de Federico García Lorca y de todos los represaliados enterrados en el lugar.
Pasada la medianoche, cantaores profesionales y gente de a pie se encaminan hacia el barranco donde los investigadores sitúan los restos de 3.000 víctimas de la represión. Muchos acuden al finalizar el festival de flamenco que organiza el municipio de Víznar cada aniversario de la muerte de García Lorca. Desde el pueblo hasta el barranco hay un trecho. Ahora, un sendero conduce al lugar al que en otros tiempos en plena dictadura acudían familiares de los fallecidos para depositar flores en la fosa común. Iban entonces en peregrinaje clandestino, como lo hicieron los gitanos del Sacromonte el 18 de agosto de 1972, el año en que organizaron el primer homenaje a Lorca en ese paraje. 'Fue el primer acto que se hizo en España en memoria del poeta. Se habían organizado muchos fuera de España, donde Lorca era un poeta universal'. Quien habla es el cantaor Curro Albaicín, promotor de aquel homenaje espontáneo y de todos los que se han celebrado hasta hoy.
Desde aquellos tiempos, en los que Lorca aparecía de pasada en los libros de texto, hasta hoy, el camino se ha allanado. El Ayuntamiento de Víznar abrió un sendero hace un lustro para facilitar el acceso a la zona de enterramientos. Por ese sendero marchan los cantaores, con nardos y velas que regala Albaicín a flamencos y anónimos que se suman al acto. Van atravesar campo y monte, como lo hacían hasta hace poco, mientras entonan los cantos del Sacromonte que recopiló Federico.
'Aquí se canta por derecho', avisa eljoven cantaor Juan Pinilla
Hacia la 1 de la madrugada, todos se reúnen en torno a una cruz de piedra que levantaron los propios gitanos del Sacromonte en memoria del poeta que tanto se acercó a su mundo a través de dos de sus obras más conocidas: Poema del cante jondo y Romancero gitano. En el mismo barranco, el Ayuntamiento de Víznar colocó, en el año 2002, un monolito con una oración grabada: 'Lorca eran todos'. Y en ese entorno, que en otros tiempos fue un pozo de sangre, surge el cante. En el acto no hay nada de folclore. 'Allí se canta por derecho', dice el cantaor Juan Pinilla, Premio Lámpara Minera 2007, el galardón flamenco más importante de la actualidad. Allí surge el cante jondo.
Pinilla es uno de los cantaores jóvenes que se ha sumado al homenaje. De alguna manera, ese homenaje, en el que brota lo mejor del flamenco, es una muestra de agradecimiento a un poeta que supo acercarse a la etnia gitana y que hizo de ella una fuente de inspiración, alejándose de los clichés que habían creado los escritores románticos y los autores de su propia época. Esa atracción y pasión por la obra del poeta refleja, de alguna manera, la consecuencia del interés que mostró el autor hacia la cultura popular, de la que tanto se nutrió. En el año 1922, Lorca organizó el primer festival de cante jondo, junto al compositor Manuel de Falla. Ese año, el poeta escribió una de sus obras cumbre, Poema del cante jondo, aunque no publicaría el libro hasta 1931. Poco antes escribiría Romancero gitano, otra de las obras en las que el poeta granadino se acercaría al mundo gitano para desterrarlo de los tópicos que lo habían rodeado.
Entre los pioneros de las adaptaciones lorquianas al flamenco se encuentra Albaicín, pero también Camarón, que adaptó cuatro textos lorquianos en La leyenda del tiempo (1979), y después otros tantos en sus discos Romance de la luna (1981) y Soy gitano (1989). Las adaptaciones de textos lorquianos al flamenco fueron especialmente fecundas en los años ochenta, en los que autores como Manzanita, Lole y Manuel ofrecieron versiones de sus textos. Ya en la década de los 90, lo haría el cantaor granadino Enrique Morente.
Albaicín: 'Es nuestro agradecimiento a un poeta que se acercó a los gitanos sin clichés'
'Federico fue un poeta que escribió mucho sobre los gitanos, fue un poeta que nos alabó mucho', explica Albaicín. 'Y hablar de los gitanos le supuso muchos problemas. Queríamos agradecerle lo que hizo por nosotros; queríamos que se hablará de su poesía'. Explica así por qué un buen día, el 18 de agosto de 1972, ya en la madrugada del 19, él, y unos amigos del Sacromonte no más de una quincena marcharon a Víznar para expresar lo mejor de su arte en un auditorio sin público en el que sólo deambulaba la muerte: una fosa común en la que yacían los paseados.
El cantaor del Sacromonte llevó entonces con él un texto que repite cada año, como preludio del homenaje, y que constituye casi el único guión fijo de una tradición que se inició hace más de tres décadas. Era la oración a los difuntos de los indios americanos Matha. Curro Albaicín había leído aquel texto en un libro sobre la historia de la tribu y pensó que era la oración perfecta para llamar al cante; la oración que le encajaba al poeta. 'No te quedes en mi tumba y solloces/ No estoy aquí, no duermo/ Soy mil vientos que soplan/ Soy el brillante destello de la nieve...'. Así empieza el poema que Albacín repite cada año.
Entre el primer homenaje y el de hoy hubo un inciso: el acto de 1972 no volvió a repetirse hasta 1976. Como tres años que se quedaron en blanco. 'Se formó un revuelo con las autoridades de la época. La prensa del momento nos puso verdes. Sufrimos agresiones, insultos... y no volvimos a repetirlo hasta que murió el dictador', relata el cantaor.
Anoche, al igual que hizo 38 años atrás, Albaicín acudió al lugar con la misma oración a los difuntos en un papel (cosas de la memoria) y con cuatro ramos de nardos en las manos, que reparte a propios y extraños para que depositen flores ante la cruz de piedra que levantó la gente de su barrio. Él no ha faltado nunca al acto y 'seguiré yendo hasta que me muera', dice muy seguro. Es el más fiel de los seguidores. 'Es un acto íntimo y espontáneo en el que damos lo que nos sale del alma', remata. Junto a él va otro de los incondicionales, y también fundador del homenaje: Miguel Girela, un artesano jubilado del Sacromonte, comunista y republicano, a quien llaman el curica porque trabajó en una iglesia, y que no pierde la ocasión para tomar la palabra y entonar su particular: '¡Viva la República!'. Eso también forma parte del guión fijo del homenaje que se repite cada año sin programa establecido.
Camarón, Manzanita, Lole y Manuel y Enrique Morente han adaptado sus textos
No un acto multitudinario. No se convoca formalmente, no se difunde, ni se quiere dar a conocer demasiado. Es más bien una reunión de un centenar de amigos, o poco más, de procedencia diversa: vascos, catalanes, aragoneses, madrileños Y la gente del pueblo, de Víznar y del Sacromonte. Es una noche de embrujo. De recitar, cantar, bailar y contar lo que sale del alma. 'Lo bonito es que cualquiera puede participar. Hay quienes vienen todos los años, gente de a pie que, de repente, empieza a recitar un poema, gente que se emociona y llora', cuenta el cantaor. 'Es una cosa de mucho sentimiento. Lo hacemos con el corazón'. A veces acude alguna figura en la más absoluta discreción. El año pasado, participó en el homenaje el actor José Sacristán. En otras ocasiones han ido Cristina Hoyos, Estrella Morente y Marina Heredia.
Todos cantan a Lorca con el corazón, con la misma vitalidad que transmitía el poeta. Es su forma de expresarse. 'Nosotros cantamos cuando se muere alguien; cantamos y lloramos cuando vemos al Cristo de los Gitanos. Así somos. Es nuestro rollo', explica Curro Albaicín.
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