En 1998, el cirujano australiano Earl Owen y el francés Jean-Michel Dubernard llevaron a cabo en el Hospital Edouard Herriot de Lyon (Francia) el primer trasplante de mano. Parecía que la era de las prótesis llegaba a su fin y el caso fue difundido como un gran éxito de la medicina regenerativa.
La historia contaba, además, con ingredientes novelescos. El paciente, el neozelandés Clint Hallam, había perdido su mano en un accidente de carpintería en la cárcel, donde cumplía condena por fraude. Aunque esta le había sido reimplantada, nunca la aceptó del todo, por lo que, cinco años después, decidió amputársela voluntariamente 'en busca de una mano mejor'.
El primer trasplantado de mano pidió que se la amputaran
El neozelandés movilizó todos sus recursos para encontrar y convencer a un cirujano de que le implantara la mano de un cadáver. Y lo encontró en Owen, que se animó a llevar a cabo una operación pionera en el mundo (aunque hay constancia de un caso similar en Ecuador en la década de 1960, el paciente rechazó el órgano sólo dos semanas después de recibirlo).
Lo que no sospechaba el equipo que intervino durante 13 horas al paciente es que, sólo un año después de recibir la tan ansiada mano, Hallam iba a pedir a un equipo médico distinto que se la amputara. La razón que alegaba: no se sentía mentalmente unido a la extremidad y mostraba un rechazo psicológico a su nueva mano.
Aunque los médicos siempre sospecharon que la verdadera razón de este fracaso fue la falta de disciplina del paciente a la hora de seguir el plan de recuperación previsto, el caso puso de manifiesto la importancia de hacer una exhaustiva evaluación psicológica en el receptor de un órgano visible.
El último trasplante de cara fue en Barcelona el 28 de marzo
Desde el año 2001, fecha en la que un cirujano británico cumplió los deseos de Hallam, amputándole la mano recibida, la ciencia de los trasplantes ha evolucionado tanto, que se ha logrado hacer trasplantes de cara, el último de ellos y el primero completo del mundo, el pasado 28 de marzo en el Hospital de Vall d'Hebrón (Barcelona).
El coordinador de la Organización Nacional de Trasplantes (ONT), Rafael Matesanz, explica que en este tipo de trasplantes experimentales hace falta, si cabe, más fortaleza psicológica que en los de órganos internos. La psicóloga Asunción Luque y la psiquiatra Carmen Jiménez, que participaron en la valoración mental de Rafael, el segundo trasplantado de cara de España, que abandonó el hospital la semana pasada, señalan a Público que la evaluación psicológica en la selección de candidatos 'forma parte del trabajo global que lleva a cabo un equipo multidisciplinar y no es más que el principio de un proceso largo y complejo de intervenciones'.
En ocasiones es imprescindible una evaluación psicoterapeuta
El examen permite conocer 'la capacidad de una persona para dar un consentimiento informado, así como para entender el alcance de la intervención, los riesgos y la necesidad de cumplimiento del tratamiento inmunodepresor [los fármacos para evitar que el organismo rechace el nuevo órgano]', añaden las expertas. Por lo tanto, cuando se evalúa a un candidato a un trasplante, 'se explora la existencia o no de trastorno mental que pueda alterar esta capacidad de toma de decisiones y las variables que puedan hacer peligrar la supervivencia del órgano trasplantado, como son el consumo de drogas o la falta de apoyo social'.
Estas dos especialistas consideran que la evaluación psicológica se hace más necesaria en unos trasplantes de órganos que en otros. 'Por ejemplo, resulta imprescindible en el trasplante hepático o en el de tejido compuesto [como el de cara]', subrayan.
Es importante que comprendan que deberán tratarse de por vida
El psicólogo y coordinador de actividades de la Federación Nacional de Asociaciones para la Lucha contra las Enfermedades Renales (ALCER), Julio Bogeaz, que ha recibido tres trasplantes de riñón, cree sin embargo que la falta de una evaluación psicológica sistemática en todos los trasplantes de órganos es una 'de las grandes carencias del sistema'. Y es que recibir un órgano no sólo provoca alegría a un paciente que, de otro modo, podría estar condenado a morir. La ansiedad referida a la pérdida del injerto es uno de los síntomas psicológicos con el que es más difícil lidiar para los pacientes.
La profesora de Psicología de la Universidad de Sevilla María Ángeles Pérez San Gregorio, que ha realizado varias investigaciones sobre los problemas psicológicos asociados al trasplante de órganos, explica que el paciente trasplantado pasa por diversas fases psicológicas, por lo que evolucionará mejor 'si se cuenta con apoyo psicológico'.
Un trabajo dirigido por esta experta publicado en la revista International Journal of Clinical and Health Psychology pone precisamente de manifiesto la importancia del estado mental del paciente en su evolución tras el trasplante. Según el estudio, los receptores de un órgano que mostraban más ansiedad o depresión nada más recibir el injerto, tenían un mayor riesgo de fallecer un año después del trasplante que los que no mostraban dicha sintomatología. Ambos trastornos se pueden superar con ayuda profesional.
Pérez San Gregorio detalla en un artículo, publicado también en International Journal of Clinical and Health Psychology, los problemas psicológicos que se pueden observar en un paciente trasplantado, entre los que destacan los trastornos sexuales, los del estado de ánimo, la insatisfacción con la imagen corporal o las fantasías sobre el donante.
Prevenir este último efecto es una de las consecuencias de uno de los elementos de la Ley de Trasplante: la obligación de confidencialidad sobre los datos del donante. Matesanz señala que hay ocasiones en las que es difícil mantener este anonimato, 'sobre todo cuando el órgano trasplantado viene del mismo hospital donde está ingresado el paciente'. En esas ocasiones, apunta el experto, se pueden crear 'relaciones viciadas'. 'Si fuera sólo para un contacto...', reflexiona.
Pero el hecho de no conocer la identidad del donante no vacuna, ni mucho menos, contra el impacto psicológico de recibir un órgano. El trabajo de Pérez San Gregorio recoge dos tipos de reacciones en este sentido. 'En algunas ocasiones los pacientes fantasean con las características físicas y psicológicas del donante, como su edad o sus gustos musicales, y estas fantasías pueden generar sentimientos de culpa porque piensan que otra persona ha muerto para que ellos puedan vivir', escribe la psicóloga en su estudio. 'En otras ocasiones, intentan ignorar el origen del órgano, en una especie de miedo a ser deudor de la salvación y tienen actitudes del estilo 'esto es mío', concluye la especialista sevillana.
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