La falta de madurez del mercado de la música en España es latente al ver debates como el que se ha montado sobre la respetabilidad de un grupo como Amaral.

Adorados por el público, ignorados por la prensa especializada y valorados por un pequeño porcentaje de melómanos cultivados, el dúo representa algo que debería considerarse un gesto de normalidad: la música hecha con libertad, pero proveniente de un sector de este negocio que acostumbra a manipular de forma nada inocente a los artistas. Aunque, todo hay que decirlo, el propio grupo ha alimentado esta polémica reivindicando continuamente su autenticidad, en lugar de aferrarse a esa victoria moral que es ser un oasis de pop en las radiofórmulas y de disfrutar de la libertad que dá el éxito comercial.

De hecho, su último disco, Gato negro/dragón rojo, aunque estaba pensado para escenarios pequeños, los ha llevado a la gira más larga y multitudinaria que han hecho nunca. Un tour que están cerrando estos días en Madrid con una serie de cinco conciertos de despedida que tuvo su primer capítulo anoche.

Acostumbrados como están a tocar en recintos más amplios, el Circo Price de Madrid se quedó pequeño para los zaragozanos las entradas están prácticamente agotadas para los cinco días. Un espacio reducido que propicia el contacto directo con el público, que llenaron con su energía sobre el escenario; Eva Amaral con sus apasionadas interpretaciones y Juan Aguirre con sus guitarrazos certeros. Al cierre de esta edición, su directo iba de menos a más. Arrancaron con una versión desnuda de Rock & roll y empezaban a marcar picos de intensidad con himnos para todos los públicos como Kamikaze y Universo sobre mí, tras presentarse como 'el circo de los hermanos Amaral'.

Saludaron a los oyentes de la emisora de radio que retransmitía el directo y Eva, en plan confesional, comentó que Madrid es la segunda ciudad en la que se ponen más nerviosos después de Zaragoza. No parecía que fuesen a administrar energía para la maratoniana semana de conciertos que les espera.