Pocas disciplinas científicas han avanzado tanto en los últimos 15 años como la astrobiología, la ciencia consagrada al 'estudio del origen, evolución, distribución y futuro de la vida en el universo' (según la definición de la NASA).
Desde el descubrimiento, en 1995, del primer planeta extrasolar (exterior al Sistema Solar, o exoplaneta), las técnicas de análisis de estos cuerpos celestes se han afinado enormemente, dando pasos de gigante en el conocimiento de mundos cada vez más parecidos al nuestro.
A día de hoy, tras descubrir más de 350 exoplanetas, los científicos están divididos entre los buscadores de nuevos planetas extrasolares y los que se dedican a la caracterización de sus atmósferas. Uno de ellos es Ignasi Ribas, investigador del Institut de Ciències de lEspai del CSIC, en Barcelona.
Ribas es el organizador del congreso Pathways towards habitable planets (Caminos hacia planetas habitables), cuyo objetivo es reunir, el próximo septiembre, a expertos de todo el mundo en la sede de CosmoCaixa de la capital catalana.
La idea es definir la hoja de ruta para el descubrimiento y caracterización de nuevos exoplanetas de tipo terrestre, confirmar si son capaces de hospedar vida y, finalmente, si están habitados.
Ignasi Ribas (Manresa, 1971) es doctor en Física por la Universidad de Barcelona. Tras un postdoctorado en la Universidad de Vilanova (Filadelfia, EEUU), volvió a España en 2004 gracias al programa de reincorporación Ramón y Cajal para investigadores españoles. Su campo de investigación se centra en la astrofísica estelar y los exoplanetas y, en este último campo, estudia la influencia de las emisiones de alta energía de las estrellas sobre las atmósferas y la habitabilidad de sus planetas. Ha publicado más de 150 trabajos.
¿Cuándo decidió convertirse en astrónomo?
Todo empezó gracias a un vecino que acababa de construir su propio telescopio. Me invitó a su casa para observar la Luna y, contemplando aquella maravilla, pensé: 'Este es mi futuro; yo me dedicaré a eso'. A los 12 años, mis padres me compraron un telescopio y, a partir de entonces, no hubo marcha atrás.
¿Y cómo llegó a ser un experto en exoplanetas?
En los inicios de mi carrera, cuando residía en EEUU, mi grupo de investigación estaba ya involucrado en el estudio de planetas. Siempre me había fascinado ese campo de la astronomía y, poco a poco, me impliqué en una disciplina que en aquella época casi no tenía tradición.
En el imaginario colectivo, la tendencia general es asociar la figura del astrónomo con la de Galileo, que en el siglo XVII observaba el cielo nocturno a través de unos prismáticos. Cuatro siglos más tarde, ¿cómo se observa un exoplaneta?
Depende del tipo de investigación. Un telescopio de pequeñas dimensiones, incluso de unos diez centímetros de diámetro, puede ser suficiente para detectar la presencia de nuevos exoplanetas. En cambio, si queremos estudiar la composición de sus atmósferas, hay que salir al espacio con instrumentos más grandes. Por otro lado, una parte importante del trabajo se realiza con ordenador, para el procesamiento de las imágenes. El resultado final, por lo tanto, será labor conjunta del telescopio y de la técnica sofisticada de análisis de datos.
En 2007, usted y sus colaboradores hallaron el primer exoplaneta con vapor de agua en su atmósfera. ¿Por qué fue importante localizar esa sustancia?
Descubrir una molécula nunca detectada en un exoplaneta representó un paso fundamental, ya que el vapor de agua es lo más parecido que se ha encontrado nunca al agua líquida, un elemento necesario para la existencia de vida extraterrestre. No obstante, las condiciones extremas de temperatura de aquel planeta le impiden albergar seres vivientes en su superficie. Asimismo, ese trabajo representó la consagración de una técnica la espectroscopía de transmisión que nunca había sido empleada para examinar un exoplaneta, abriendo camino a una nueva manera de investigarlos.
¿Existen gemelos de la Tierra ahí fuera?
Seguramente la respuesta es afirmativa, pero, hasta que no los encontremos, no podemos poner la mano en el fuego. Aun así, cada día avanzamos un poquito más en ese sentido: el exoplaneta detectado más parecido al nuestro tiene menos de dos veces la masa terrestre. En realidad, un astro con estas características podría tener cierta temperatura y distancia a la estrella madre que le permitieran ser habitable y, consecuentemente, albergar agua líquida. Sin embargo, la posición del exoplaneta en cuestión no implica todavía la existencia de un ecosistema viviente fuera del Sistema Solar.
Parece muy difícil detectar agua líquida en un exoplaneta.
Sí, es una ardua empresa que creo no lograremos en breve. De hecho, podremos afirmar su presencia en la superficie sólo de manera indirecta. El siguiente paso sería describir su atmósfera buscando trazas de biomarcadores, los compuestos químicos que nos dirán si es habitable y también si está habitado.
¿Nos ayudarán los nuevos telescopios espaciales y en particular el sustituto del Hubble, el James Webb?
El lanzamiento de la misión Kepler [de la NASA] fue un acontecimiento trascendental, ya que hay una probabilidad de que encuentre planetas como el nuestro. Sin lugar a dudas, el James Webb será un avance ulterior, pues tiene el potencial para caracterizar los planetas cazados por Kepler y encontrar en ellos los biomarcadores. Todo apunta a que, una vez en órbita, se convertirá en el primer telescopio lanzado por los humanos capaz de hallar vida más allá del Sistema Solar.
¿Asistiremos pronto a una nueva revolución científica?
Personalmente, creo que ya estamos viviendo una época histórica en la que se está coronando la revolución que inició Copérnico hace cuatro siglos. El astrónomo polaco, declarando que no estamos en el centro del universo ni mucho menos del Sistema Solar, prácticamente ya pronosticó la existencia de muchas tierras. Ahora depende de nosotros el empezar otra etapa, hallar otros mundos habitables y aceptar nuestra humilde naturaleza.
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