Hay una memoria compartida, que no debería arrogarse nadie, una memoria que fue durante años sojuzgada, esquilmada y manipulada. El lenguaje oficial había suplantado al lenguaje real'. Esa memoria histórica reivindicada por Juan Marsé en su discurso del pasado jueves al recibir el Premio Cervantes exige la verdad. La que ocultaron Franco y sus generales en Gernika desde que un 26 de abril como hoy, hace 72 años, la aviación alemana e italiana infligiera uno de los actos violentos de la Guerra Civil más universalmente conocidos.
No fue el bombardeo más sangriento de la guerra, ni el más devastador. Tuvo su importancia militar para la caída de Bilbao, pero tampoco fue decisivo. Sin embargo, varios factores contribuyeron a que el sufrimiento de los gernikarras diera la vuelta al mundo. Una crónica del periodista de origen sudafricano George Steer, publicada en The New York Times y en The Times, fechada el 27 de abril de 1937, dio a conocer la participación de la aviación nazi y fascista en el bombardeo.
'Gernika estaba muy lejos de las líneas del frente. El objetivo del bombardeo era [...] la destrucción de la cuna del pueblo vasco', describió Steer sobrecogido por el enorme incendio que presenció en la villa.
La incendiaron los rojos
La reacción de Franco ante la repercusión internacional fue la manipulación de los hechos acusando a los republicanos de haber quemado la ciudad. Su servicio de propaganda se puso rápido a trabajar bajo la tutela de Luís Bolín, jefe de prensa de los golpistas, que 30 años después del bombardeo mantenía la versión inventada en sus memorias.
'Pusieron unos bidones de gasolina junto a la iglesia e hicieron una foto que se publicó más tarde en la prensa', explica el investigador de la historia del bombardeo, José Ángel Etxaniz. 'Los rojos destruyeron Gernika premeditadamente y con fines de propaganda. Un ejército como el nuestro, que conquista ciudades como Bilbao sin disparar sobre ellas un solo cañonazo, es lo bastante para poner coto a esa difamación', declaró Franco en julio de 1937 en Salamanca en una entrevista concedida a United Press. Y así el lenguaje oficial suplantó al real durante 40 años.
Para desesperación de los franquistas, el pintor Pablo Picasso eligió el bombardeo para la obra que el Gobierno de la República le encargó para la exposición internacional de París en 1937. Este cuadro convirtió el bombardeo en un icono. 'Gernika y su árbol pasaron de ser el símbolo de los fueros de los vascos a representar la lucha de Euskadi en la Guerra Civil y convertir a la villa en un símbolo universal antifascista', analiza el catedrático de Historia contemporánea de la Universidad del País Vasco, José Luis de la Granja.
Rebaja de los muertos
El estruendo del suceso bélico desencadenó gran cantidad de mitos falsos. En un primer momento, las autoridades republicanas calcularon las bajas civiles en más de 1.000 personas sobre una población de 5.500 personas. Sin embargo, Etxaniz, gracias a las nuevas investigaciones de los archivos y registros civiles y de los cementerios, reduce ese datos a 126 gernikarras muertos. 'Es imposible que los republicanos pudieran hacer balance porque las tropas franquistas llegaron a los cuatro días', señala Etxaniz.
Otro de los datos que destacó la crónica de Steer es la incomprensión desde el punto de vista militar del bombardeo. Algunos historiadores como Jesús Salas Larrazabal señalan que Gernika era una villa de paso de tropas y que sus fábricas de armas eran un claro objetivo. Sin embargo, Etxaniz, que trabajó durante 40 años en la zona industrial gernikarra, asegura que las bombas obviaron las fábricas, que retomaron su actividad '20 días después del bombardeo', ya al servicio de los sublevados.
¿Bombardearon Gernika por el simbolismo nacionalista? No hay documentación que confirme ese aspecto pero lo que sí queda claro es que Franco vinculó la toma de Bilbao a la lucha contra el nacionalismo.
'La bandera que ondea hoy en los caseríos de Vizcaya [...] es el símbolo de la unidad [...] y la afirmación y la garantía de millares de mártires y héroes, que dice que el separatismo se ha acabado y que aquí no hay más que España', dijo Franco en su discurso el día de la toma de Bilbao el 21 de junio de 1937.
Por: Guillermo Malaina
Luis Iriondo recuerda el bombardeo de Gernika como el día en que se hizo mayor. Tenía 14 años y acababa de estrenar sus primeros pantalones largos. “Como era lunes, había mercado y eso aquí siempre ha sido un día grande. Le pedí a la madre que me dejara volver a ponerme los pantalones largos, como el domingo. Ya nunca más me los quité. Con ellos me fui a Francia”.
Este hombre de 86 años, porte erguido y verbo fácil recuerda todo aquello, al contemplar el cuadro que pintó aún el año pasado. Es una estampa de él mismo de niño, con sus pantalones largos, abrazado a su madre e iluminado por el fuego que abrasaba la villa aquella noche de hace 72 años: “Así lo recuerdo”.El día había comenzado feliz para él. Después de comer, se dirigió al banco donde trabajaba de chico de los recados, pero al cabo de poco tiempo las alarmas comenzaron a sonar. “No le di importancia. Los aviones habían bombardeado días antes Durango y Eibar, pero pensábamos que los nacionales no se iban a atrever con Gernika. Era el símbolo de los vascos”.
Tuvo suerte. Un hombre mayor que él y más desconfiado le ordenó abandonar el banco y seguirlo hasta un refugio cercano al ferial de ganado. Aún incrédulo y de mala gana por haberse tenido que refugiar en su interior, las bombas comenzaron a caer con estruendo.
Luis lo cuenta, junto a Jesusa Aranburu, en una charla junto a otros supervivientes. Ambos coincidieron por casualidad del destino en el mismo refugio. Porque Jesusa ni siquiera tenía que haber estado en Gernika aquel día. Tenía 12 años y vivía en la cercana población de Kortezubi. Su madre le pidió que fuera a la villa foral en busca de un medicamento. “Las sirenas comenzaron a sonar y, junto a una amiga, fue corriendo al refugio”, relata su hija, mientras Jesusa asiente con la cabeza.
Lo peor para ella vendría casi después. Ya con la noche encima, se vio sola sin poder regresar a casa. Un grupo de soldados había cerrado el camino de vuelta a Kortezubi. En un descuido, superó el control para darse cuenta horrorizada del porqué de la barrera: “Brazos y piernas mutiladas colgaban de los árboles del bosque”.
“¡Ay, a cuántos pudieron matar”, intercede en la conversación Lucina Arriola, de 84 años. Su madre le había enviado también a hacer un recado. “Pero no llegué. Comenzaron a tocar las campanas y mi padre nos llevó al refugio de talleres. Era el mejor. Otros, hechos con troncos y sacos de arena, no aguantaron al derrumbarse las casas. Un tío murió así. Cuando caían las bombas, el aire abrasaba y no se podía ni respirar Fue un día muy triste”. Juan Egiluz huyó por el monte hasta Zeberio. Ya nunca volvería a vivir a Gernika.
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