La estabilidad. Fue la gran asignatura pendiente del primer tripartito y es la gran obsesión del segundo.
Hoy se cumplen cinco años de las elecciones que, el 16 de noviembre de 2003, dieron mayoría aritmética a la izquierda permitiendo el cambio en una Catalunya gobernada por CiU desde 1980.
El PSC que encabezaba Pasqual Maragall perdió fuelle en las urnas, pero las subidas de Esquerra e ICV-EUiA permitieron al alcalde olímpico conseguir la Presidencia, que ya había tocado con la yema de los dedos en 1999.
Después de cuatro años de ruda oposición a un Pujol agarrotado por su dependencia del PP, la izquierda llegó con ansiedad. Ansiedad por revertir situaciones y proyectos que llevaba años denunciando, reformar el Estatut y ser el ariete contra un Aznar que, en el ocaso de su mandato, seguía empecinado en guerras ilegales y trasvases faraónicos.
Al poco de empezar a andar, surgió el primer escollo. Y fue morrocotudo. La reunión del conseller jefe Josep-Lluís Carod-Rovira (ERC) con ETA acabó con su salida del Govern. Aquello condicionó una legislatura que muchos no dejaron de ver marcada por una Esquerra “poco madura”.
Lo que ha venido después tampoco ha sido plácido. Se ha pasado de un primer mandato –el de Maragall– convulso, pero con la pulsión reformista del Estatut, a un segundo –el de José Montilla– con heridas sin cerrar y la sensación de que es la última oportunidad para una fórmula que funcionó en Barcelona. CiU, lejos del periodo de descomposición que algunos daban por hecho, acecha el poder. Pero Montilla ha gobernado capeando temporales como el de la sequía y buena prueba de ello son las leyes aprobadas.
Voluntad de acuerdos
Así lo reconoce, por ejemplo, Eusebi Cima, miembro de la Junta de la patronal Foment. Para él, hay cosas positivas como los Pactos Nacionales o el Acuerdo para la Competitividad. La izquierda ha trabado consensos con CiU en materia económica, pero también en educación o memoria histórica. En cambio, Jordi Pujol los racaneó.
Cima critica la “dependencia exterior” de la Generalitat y la “degradación” de la imagen de Catalunya. Pero Montilla ha dotado al Ejecutivo de más estabilidad, pese a los vaivenes internos de ERC e ICV.
En todo caso, los dirigentes del tripartito admiten que esta legislatura puede acabar igual que la de Maragall (que tuvo un relevo abrupto) en función de cómo se resuelvan los recursos contra el Estatut en el Tribunal Constitucional –los optimistas se cuentan con los dedos de una mano– y la financiación. Dos temas que Cima presenta como “lastres” para la tarea gubernamental.
La relación con los gobiernos amigos del PSOE tampoco arroja grandes dividendos. La permanencia de Magdalena Álvarez en Fomento es la mejor prueba. Zapatero cree que ya asumió suficiente coste con el Estatut. El profesor de Historia Contemporánea de la UB Agustí Colomines, que dirige la fundación de CDC, asegura que el PSOE prefiere “que en Catalunya gobierne alguien con quien pueda negociar si no tiene mayoría”. Y el PSC lo lleva con resignación.
Mientras CCOO calla, UGT sí valora el recorrido. Hacen hincapié en los “tangibles” avances sociales, pese a la “falta de financiación”. Su secretario general, Josep Maria Álvarez, afirma que el Estatut ha “cambiado las reglas del juego en la relación con España”.
El análisis social lo comparte el politólogo y profesor de la Universitat Pompeu Fafra Jordi Muñoz, que opina que la llegada de la izquierda se ha traducido en “transparencia en la toma de decisiones”. De hecho, Catalunya se dotó de una pionera Oficina Antifraude. La llevó al Parlament Montilla asumiendo la tarea de Maragall. En el ámbito de la gobernanza las diferencias entre ellos son pocas.
El proyecto nacional
En otros aspectos, las diferecias son notables. Lo comparten Muñoz y Colomines. Para este, el problema de Montilla es que, a diferencia de Maragall, “no tiene un proyecto nacional, sino regional”. Un proyecto nacional que, en su día, CiU también echó de menos en el ex president Maragall, pese a su pedigrí catalanista.
Muñoz se refiere a la “falta de relato” del Govern actual. El primer tripartito contaba con el “relato del cambio y, pese a que Maragall no tenía al PSC detrás, como Montilla, aglutinó más”.
Pero, ¿hay más cultura de coalición? Es evidente que sí. Colomines argumenta que Montilla lleva mejor el Govern “porque ERC se ha amansado y es un político de aparato que sabe controlar resortes”.
Muñoz apunta que el tripartito ha aprendido a “convivir” y gobernar unido, pese a que ningún conseller hace de portavoz y recurren para ello a Aurora Massip, una periodista televisiva que evita emitir valoración política alguna.
Los ruidos vienen, analizan los dos profesores, de la permanencia del “doble eje”: el Catalunya-España y el izquierda-derecha. Para Colomines, el problema es que ERC tiene un “objetivo nacional” diferente al de sus socios, “lo que hace inexplicable su elección”. Muñoz añade que las diferencias recurrentes con ERC e ICV (y su mal cuerpo) son atribuibles a “la tensión ideológica” de sus militantes, “mayor” que la de los del PSC.
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