Y qué hace una colombiana conduciendo un taxi en Madrid?”, está harta de oír, día tras día, Lina García Ochoa, de 43 años. “¡Pues lo mismo que haría un español!”, resuelve con soltura esta inmigrante, que lleva 17 años en España. “Cuando llegué a este país no tenía ni carné de conducir”, recuerda Lina, mientras conduce por Leganés.
Antes los jubilados recogían la uva, pero ya no quieren saber nada de levantarse prontoElla ha pasado por muchos de los trabajos que pocos españoles están ya dispuestos a acometer: ha limpiado casas, ha sido reponedora en un supermercado y ha trabajado como conductora de taxi por la noche. En Madrid, cada vez es más frecuente ver conducir un taxi a un inmigrante. Por la noche los dueños de los vehículos suelen descansar y contratan a otros para que el negocio siga funcionando. “Me acostumbré a la noche, a la inseguridad, pero al principio tenía miedito...”, explica Lina. Después de noches y noches llevando y trayendo a fiesteros, grupos de amigos y mucho pesado, un día decidió que ya era hora de no depender de nadie.
Hace poco ha conseguido comprarse su propio taxi, aunque aún sigue escuchando frases del tipo: “¿Una mujer en un taxi? ¿Y extranjera?”. Hace poco, un ejecutivo, al ver además que Lina figura como propietaria en la licencia del vehículo, la soltó con desprecio: “¡Hala, y encima tuyo!”.
Verdú (Lleida), tierra de vino. Estos días las viñas rebosan uvas y en algunas fincas ya han empezado a vendimiar para la denominación de origen Costers del Segre. Antes eran los jubilados los que recogían las uvas, pero ya no quieren saber nada de levantarse pronto, acostarse cansados y pasar el día bajo el sol.
Aunque le ofrezcan el triple, un temporero no se va. Legalmente no lo puede hacerEl sindicato agrario Unió de Pagesos se encarga de regular la contratación en origen y de organizar a los temporeros. Esta práctica había tenido una gran aceptación en España y en apenas dos años triplicó las contrataciones al pasar de las 67.873 de 2005 a las 178.340 de 2007. Este año, habían sido autorizadas 88.180 hasta el 31 de julio. “Es lo más cómodo y lo más fiable”, asegura Jordi Fabregat, propietario de la parcela Mas de Mora. Jordi lo tiene claro: “No te puedes arriesgar a contratar sin papeles; a veces desaparecen de un día para otro. Con los temporeros no tienes ese problema: vienen a trabajar, se quedan en el albergue y sabes que aunque alguien les ofreciera el triple trabajando en otro sector, no se irían porque legalmente nolo pueden hacer”.
En Mas de Mora trabaja la familia Fabregat (madre, padre e hijo), el polaco Kristopher Lasko, la colombiana Saray Pérez y el rumano Nicolae Stoica. Temporeros que van de finca en finca. En esta permanecerán un par de semanas o tres. Kristopher no tiene mucho trabajo en su taller de electricista de Cracovia y durante la vendimia en Lleida puede ganar unos 1.000 euros, hasta cinco veces más que en Polonia. Tiene 50 años, está casado y tiene tres hijos.
En España hay 280.298 extranjeros en paro. A algunos, como Ahmed, no les dan el finiquitoSaray Pérez viene de Colombia. Con 23 años, ha dejado allí a sus dos bebés con la abuela. “Es el segundo año que vengo y voy a estar cinco meses. La experiencia es muy rica, pero te faltan los tuyos”, cuenta Saray, que entiende que se cierre el grifo de la contratación en origen “porque la situación en España está mal”, aunque sabe que es perjudicial para personas como ella. A diferencia de la mayoría de asociaciones de inmigrantes, Saray respeta y acepta el discurso del ministro de Trabajo e Inmigración, Celestino Corbacho, que el pasado 3 de septiembre anunció su intención de reducir los contratos en origen para potenciar el empleo nacional.
Entonces, hubo una avalancha de reacciones tanto políticas como sindicales. El secretario general de UGT, Cándido Méndez aseguró que el mercado laboral español necesitará mano de obra extranjera, al menos, hasta 2030. Diversas fuentes sindicales destacaron el sector agrario, donde la contratación en origen puede llegar a suponer hasta el 80% en algunas campañas agrícolas como la de la fresa de Huelva.
Al lado de Saray, asiente Nicaloe Stoica, panadero en un pequeño pueblo de Rumanía. En tres meses aquí, se embolsa lo mismo que en todo el año allá, además de no tener que pagar por la manutención ni el alojamiento. Tiene “20 años en cada pierna” y es el quinto año que le contratan en origen. Ha estado en Huelva y Córdoba recogiendo fresas, manzanas en la zona de regadío de Lleida y ahora uva.
El caso del marroquí Ahmed Aknouch, de 26 años, es el prototipo de inmigrante explotado que se ha quedado sin trabajo a causa de la crisis económica. A él le ocurrió el miércoles pasado. Desde entonces engrosa la lista de 280.298 extranjeros parados que hay en España. “Mi jefe me llamó y me dijo que no podía pagarme más y que a la calle. Ni siquiera me ha dado finiquito”, se queja este chico, que ya ha acudido a un abogado: “Se piensan que, como soy extranjero, me chupo el dedo. Hubo una vez que cambiaron la forma de mi contrato sin mi consentimiento”. Hasta la semana pasada, estuvo cargando de sol a sol cajas de fruta como un burro y repartiéndolas por toda la sierra de Madrid con una furgoneta.
Juan y Susana montaron hace cuatro años un comercio en la calle Andrés Segovia, en Sevilla. Son chinos, pero han adaptado sus nombres para hacer más fácil su relación con la clientela. Su comercio se ha convertido en el socorro para los que hacen compras de última hora. Abren los domingos y los días festivos, en un horario más amplio del habitual en los demás comercios y del que no les gusta hablar. “No tenemos un horario fijo, es según la clientela”, cuenta Susana en un correcto español. Pero lo cierto es que echan más de 15 horas diarias en el negocio. “Muchos son capaces de hacer este trabajo, pero nadie como nosotros”, confiesa.
Susana resalta que no le gustaría contratar a nadie más, aunque ello suponga asumir más trabajo. “Muchas veces viene gente pidiendo trabajo aquí, pero a la semana quieren irse. No todos aguantan las mismas horas que nosotros”. Este horario les produce complicaciones en la convivencia con los demás comerciantes, que les acusan de no adaptarse a los horarios de las asociaciones y de una competencia desleal. “Nosotros también tenemos que trabajar para ganar dinero, se dice que estamos en crisis”, comenta Susana. “Necesitamos trabajar para sacar adelante el negocio y el hogar”, añade.
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