Nieves Galindo aún se acuerda de la primera vez que vio entrar en su casa, cuando era pequeña, al hispanista Ian Gibson. Un señor rubio y sonrosado, que hablaba un español raro y que hacía muchas preguntas sobre su abuelo. Ella es nieta de Dióscoro Galindo, el maestro que fue fusilado por los fascistas y enterrado en la misma fosa que Federico García Lorca. Él es irlandés, está obsesionado con la muerte del poeta y ha dedicado buena parte de su vida a investigar qué ocurrió la madrugada del 19 de agosto de 1936.
La nieta de Dióscoro y el hispanista se encontraron ayer en la Audiencia Nacional. Nieves llegó desde Baides, un pueblecito de Guadalajara, y Gibson desde el barrio madrileño de Lavapiés, donde vive. Apareció con una bolsa al hombro con varios libros suyos sobre Lorca. Público conversó con ellos, después de todo el trajín de la Audiencia, en la terraza del Instituto Francés de Madrid. “Desde hoy dejará de primar el silencio de la familia de Lorca”, reclama Nieves Galindo, haciendo alusión a que los seis herederos del poeta no quieren que se abra la fosa bajo el argumento de la conservación del mito. Gibson la escucha atentamente, él fue el que localizó el lugar donde supuestamente están la sepultura, en Alfacar (Granada).
Manuel Castilla, el adolescente que enterró al poeta, le dijo al hispanista en los años sesenta dónde están los restos del autor de La casa de Bernarda Alba y de los otros tres hombres con los que fue enterrado. “Castilla no me mintió. Me llevó al lugar y me dijo: ‘Está por este rodalillo de aquí... Más a la izquierda, más a la derecha... ¡Qué frío, qué miedo!’, repetía. Pudo equivocarse en unos metros de distancia, pero los restos están ahí”, señala tajante el hispanista, que se apasiona con un tema del que nunca parece cansarse de hablar.
Gibson imita el acento granadino, lee un texto de uno de sus libros con entonación teatral y el auditorio, alrededor de una mesa con cervezas, enmudece. Está contento porque hace un día “espléndido, de otoño con sol”. Viste de negro y lleva unas gafas de ver con unos protectores solares de quita y pon.
“¡Qué maravilla¡”, exclama el irlandés cuando Nieves, con cuidado, saca del bolso el reloj de bolsillo que su abuelo dejó en casa cuando los falangistas fueron a buscarle para fusilarle. Está parado a la una y diez. Es el único recuerdo que tiene de su abuelo, junto a algunas fotografías de un hombre que fue maestro de escuela. Nieves Galindo cree que a su abuelo le mataron por una vieja rencilla. En aquella época, los maestros del bando nacional recibían una casa y a él no se la dieron, por lo que se fue a reclamar al secretario del Ayuntamiento.
Dióscoro nunca perteneció a ningún partido político, era simplemente un maestro de izquierdas. “Él a sus alumnos nunca les decía que no era creyente. Si le preguntaban si Dios existe, les contestaba que las cosas y las personas que podían ver eran reales”, afirma su nieta. El padre de ella, Antonio, murió con la pena de no poder enterrar a su progenitor con dignidad.
“Yo he heredado esa misión y no voy a parar hasta que lo consiga”, explica Nieves. Muchas noches escuchó en boca de su padre el relato de lo que pasó aquella noche de verano del 36. “A mi abuelo se lo llevaron en un camión, y mi padre, que entonces tenía 27 años, se fue detrás con la bicicleta. Tuvo que pararcuando los falangistas le amenazaron con pegarle dos tiros”, recuerda.
“¿Qué diría el propio Lorca de esto? No concibo que pudiese estar en contra. Lorca siempre estaba con los perseguidos, con los débiles”, se pregunta Gibson. Y también deja otra interrogación, con ironía incluida, en el aire: “¿Cómo es posible que los seis herederos opinen todos lo mismo, que no se abra la fosa? Son todos una piña, como el PP”.
La reunión termina. La nieta del maestro y el hispanista irlandés se adentran en un restaurante cerca de la Audiencia Nacional donde han quedado a comer con toda la gente que ha venido desde Granada para apoyarles.
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