ETA reapareció ayer dispuesta a cometer una matanza en la casa cuartel de la Guardia Civil de Legutiano (Álava), al hacer estallar a las tres de la madrugada una furgoneta con más de 100 kilos de explosivos. Los dos agentes que estaban en el turno de vigilancia apenas tuvieron tiempo de reaccionar. Juan Manuel Piñuel, casado y padre de un niño de 6 años, falleció cuando intentaba avisar por teléfono al COS (Centro Operativo de Servicio) de la presencia de un vehículo sospechoso: “Vamos a salir”. Fue lo último que dijo. Después, la comunicación se cortó. Él había muerto aplastado por los escombros y cinco agentes resultaban heridos.
Las Fuerzas de Seguridad creen que el atentado es obra del comando Vizcaya, el más activo desde que ETA reventara la T-4, en 2006, en plena tregua. A este talde, integrado por los terroristas fichados Jurdan Martitegi y Arkaitz Goikoetxea, se le atribuyen, entre otros, los atentados contra las casas cuarteles de Durango (Vizcaya) y Calahorra (La Rioja). Ayer, el consejero vasco de Interior, Javier Balza, dijo que el comando tiene “una infraestructura potente de legales -no fichados-” que le sirve de apoyo: “Nos preocupa y va a costar desmantelarlo”.
El ministro de Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba, anunció, por su parte, tras reunirse con Balza, la decisión de “reforzar la coordinación”. “Este atentado es especialmente doloroso, malvado, porque ETA ha puesto un coche bomba en una casa cuartel donde había 29 personas, de las cuales cinco eran niños. Ha pensado en provocar una masacre”, dijo.
El modus operandi de ayer fue similar al seguido en el atentado de Durango, donde, al contrario que en Calahorra, los terroristas no avisaron de la colocación del explosivo. En esta ocasión, dos miembros de ETA aparcaron la furgoneta cargada con el artefacto, una Citröen Berlingo de color rojo, frente a la casa cuartel. Y tras activar el temporizador con tiempo justo para huir, abandonaron el lugar en otro vehículo, un Peugeot 306, donde les esperaba otra persona.
La potente bomba explotó apenas un minuto después, dejando un panorama desolador y un cráter en el suelo de tres metros de diámetro y uno de profundidad. El artefacto reventó literalmente el pequeño muro de la casa cuartel, que desvió además la onda expansiva hacia arriba, hacia los pisos más elevados de la zona central del edificio. Las paredes cedieron y se desplomaron sobre el agente fallecido. Su compañero en el turno de vigilancia salvó la vida de milagro, pese a quedar enterrado por los escombros. “Nos hemos encontrado con una imagen de caos, de guerra”, relató uno de los bomberos que participó en las tareas de rescate.
Los efectivos, ayudados por perros, tardaron tres horas en desenterrar al agente, cubierto por dos metros de escombros. El riesgo de hundimiento de la casa cuartel era tal que tuvieron que escarbar “a mano” para llegar hasta él. “Hemos oído su voz, y ha sido un golpe fuerte de ánimo”, contó el mismo bombero.
El agente, un sargento identificado como FJ.C.J., de 41 años, tuvo que ser intervenido de una fractura vertebral y quedó ingresado en la UCI. Otro de los guardias heridos es precisamente su mujer, E.M.C., de 34 años, que sufrió policontusiones y erosiones. Los otros dos agentes trasladados a sendos hospitales de Vitoria son A.M.D., de 35 años, que ingresó con politraumatismos, y P.O.V., de 39, que recibió el alta tras las primeras curas. Algunos familiares tuvieron que recibir también atención de un equipo de psicólogos.
La Guardia Civil confía ahora en poder identificar pronto a los autores gracias al vehículo que emplearon en un principio en su huida, hasta el cercano alto de Urkiola. Artificieros de la Ertzaintza lograron desactivar el dispositivo colocado por los terroristas, con dos garrafas de gasolina, para destruir el coche y borrar huellas.
El atentado se produjo el mismo día en que estaba previsto el debate de la moción ética del PNV y del PSE en Elorrio. No salió adelante. Allí, eso sí, simpatizantes de ANV llamaron “terroristas” a los partidos nacionalista y socialista.
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