Ojos apagados y los labios sellados. Para los niños de Sucumbíos, la región selvática del noreste de Ecuador fronteriza con Colombia, dibujar es el vehículo que utilizan para que su drama interior se despliegue como un cuento vivo. Pintan la enfermedad, el hambre, la muerte y las tormentas de pesticidas que los colombianos les arrojan periódicamente desde el cielo azul cobalto.
Ilustran personajes llagados, sin boca, bajo un intenso bombardeo de líquido corrosivo. Es la forma de revelar unos miedos que son un escudo precioso 'contra la utilización y la manipulación que hace Bogotá de la situación', según señalan organizaciones humanitarias como Acción Ecológica.
Desde que en 2006 arreciaron las fumigaciones para combatir el cultivo de coca 'que sufraga a las FARC', según el ministro de Defensa colombiano, Juan Manuel Santos, las colinas de aldeas ecuatorianas como Puerto Nuevo, General Farfán o Puerto Mestanza, se han vuelto estériles, sus cafetales ya no son aromáticos y los plataneros sólo dan frutas prohibidas. Algunos habitantes tienen el cuerpo llagado. Otros han muerto o se han suicidado.
Sólo en lo que va de 2008, las autoridades locales han certificado el fallecimiento de 12 personas con índices letales de contaminación en la sangre. El efecto impulsivo es huir. Si hace siete años había 413 familias censadas en esta rica región agrícola, hoy sólo quedan 220. El resto eligió Guayaquil o Quito, donde la supervivencia es más tolerable.
Víctor es uno de los que resisten. Ha unido su voz a los 4.000 campesinos afectados por la lluvia ácida que el Gobierno ecuatoriano ha incluido en la demanda interpuesta contra Colombia en el Tribunal Penal de La Haya. Según Quito, Bogotá no sólo incumple su compromiso de no fumigar en una franja a 10 kilómetros de su frontera, 'sino que penetra en territorio de Ecuador y realiza aspersiones aéreas sobre zonas pobladas'.
Víctor era propietario de una piscifactoría en Puerto Mestanza, un pueblito de la provincia ecuatoriana de Sucumbíos junto al caudaloso Río San Miguel. En la otra orilla, a 20 metros, dice que está Colombia pero todos saben que en esa selva impenetrable sólo las FARC reinan.
El desastre para él comenzó en enero de 2006. Dos días de intensas fumigaciones con Roundup Ultra, un herbicida cuya única misión conocida consiste en destruir cualquier forma de vida celular, lo aniquilaron todo. Implacable, el veneno penetró por la raíz de la floresta tropical y en cuestión de horas dejó el pueblo como papel de estraza. Un perro de Mestanza tiene medio cuerpo y el hocico en carne viva. Se lame las heridas y gime como un muñeco roto.
Víctor perdió 80.000 peces en una noche y 400 patos en tres días. Sus 30 hectáreas cultivadas de yuca, maíz y plátano son hoy el recuerdo de su gran sueño. Para que quede constancia de la destrucción, lo ha grabado todo en un vídeo. 'Yo he demostrado que esta tierra puede ser trabajada y que es rentable pero desgraciadamente vienen nuestros vecinos colombianos y en unos minutos acaban con nuestro esfuerzo de 20 años. ¿Qué culpa tenemos de sus problemas?', afirma ante la cámara.
Asegura que el control fronterizo lo realizan los campesinos. 'Los militares hacen visitas de médico. Por eso exijo a las autoridades que no dejen que esos señores colombianos maten nuestra salud, la economía y el futuro', se queja.
La fumigación es una guerra silenciosa. Bajo la cruzada de combatir el cultivo ilegal de coca, aviones colombianos pilotados por miembros de la empresa de mercenarios Dyncorp no dudan en penetrar en territorio ecuatoriano para baldear con veneno vastas zonas agrícolas susceptibles de tener contacto con las FARC. 'No lo sé. A Mestanza la gente viene de civil, sin armas. No viene a guerrear. No se pregunta', dice Víctor.
La prueba de que se trata de una táctica para despoblar estas tierras es que, lejos de reducirse, el cultivo de coca aumenta. Los últimos datos difundidos por la Oficina de Washington para Latinoamérica, WOLA, revelan que aunque el número de hectáreas fumigadas creció de 60.700 en 1999 a 172.000 en 2006, el área de cultivo se incrementó en 35.000 hectáreas, de 122.500 a 157.200, la mayoría en Colombia. Ecuador, sin embargo, es el único país andino que ha reducido las plantaciones ilegales, aunque no le haya servido de mucho.
En los últimos 16 años, se han fumigado más de un millón y medio de hectáreas en la región, el 82% de ellas en los ocho años de vigencia del Plan Colombia, donde se utilizaron 15 millones de litros de glifosato, POEA y Cosmoflux 411F. Un veneno de color naranja.
Adolfo Maldonado es médico y lleva décadas siguiendo la pista visible de este herbicida. Valenciano de 48 años, llegó a Ecuador en 1984 para investigar los efectos sobre la salud de la extracción de petróleo pero descubrir la devastación causada por el Roundup le sacó de sus casillas. 'Jamás habíamos visto unos niveles de contaminación tan altos. La vida es imposible', asegura. En su exhaustivo informe sobre la población detalla que la depresión está generalizada, la autoestima no existe y que los daños genéticos empiezan a causar estragos. Los suicidios se han disparado.
Para Maldonado, la política colombiana queda obscenamente en evidencia al emparejar las fumigaciones en suelo ecuatoriano con su guerra contra la FARC. 'Aquí no hay plantaciones ni guerrilleros', dice el médico. Para él, una selva quemada echará a perder la certeza expresada en marzo por la Organización de Estados Americanos: 'La paz entre Ecuador y Colombia es un requisito para nuestro éxito'.
La ubicación de los destacamentos que los ejércitos de Ecuador y Colombia tienen desplegados a lo largo de los 620 kilómetros de frontera común demuestran que Quito mantiene un mayor control que Bogotá. El mapa sobre el despliegue militar fronterizo también desvela que el presidente ecuatoriano, Rafael Correa, tenía razón cuando reveló en la Cumbre de Río que en vastas zonas selváticas, Ecuador limita con las FARC. Ocurre entre Sucumbíos y Putumayo, la zona más castigada por las fumigaciones, donde la presencia del Ejército colombiano es inexistente.
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