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Putin no se va

Entre resignados y orgullosos, los rusos aceptan la elección del delfín del presidente

THILO SCHÄFER, enviado especial

Dos metros por uno ocupa el negocio que Yuri despliega cada día en la acera frente a la Lubyanka, la emblemática sede del KGB que hoy alberga al organismo sucesor de los servicios secretos. Sobre una manta se exponen libros que hablan de otros tiempos. Grandes líderes de la URSS reza un título en cuya tapa se ven las caras de Stalin, Jruschov y Breznev. Entre las numerosas biografías de Stalin asoma algún libro sobre religión.

El negocio callejero de Yuri no va bien. El problema, explica, no reside en los títulos elegidos para su colección. 'La gente ya no lee. Hoy están todo el tiempo con el ordenador. Además los libros son caros', lamenta este viejo comunista bajo su gorro de peluche.

Yuri no se perderá las elecciones presidenciales de mañana. 'Votaré por Ziugánov', dice con convicción refiriéndose al líder comunista. Pero un señor mayor que anda mirando los libros protesta: '¿Para qué lo haces, si los comunistas no van a ganar?', le espeta. Para este potencial cliente, Ziugánov no merece el voto porque, en su opinión, ha purgado al Partido Comunista de 'toda la gente que valía'. Para tirar el voto y así evitar que su papeleta caiga en manos de los seguidores de la campaña de Dimitri Medvédev propone otro método. 'Marcaré todos los candidatos, así mi papeleta contará como nula'.




Luego, la conversación de los dos mayores deriva hacia la época de Breznev -líder de la URSS durante la Guerra Fría, entre 1964 y 1982-, mientras una transeúnte que pasa advierte de que no es buena idea hacer fotos delante de la sede del servicio secreto.

Sin duda, los comunistas rusos han conocido tiempos mejores. Pero aún así, Ziugánov es el principal adalid de la oposición a Dmitri Medvédev, el candidato del Kremlin para suceder al presidente Vladímir Putin. Los otros dos son el pintoresco líder ultranacionalista Vladímir Zhirinovski, que ha llegado a prometer un marido para cada mujer rusa y el desconocido liberal Andréi Bogdánov, quien como líder de los masones rusos debe de estar acostumbrado a mantener un perfil bajo. Otros candidatos, como el ex campeón de ajedrez Gari Kaspárov, fueron excluidos por las autoridades.

Nadie en Moscú tiene la más mínima duda de que Medvédev ganará por goleada. Críticos y observadores temen que los comicios estarán controlados para favorecer al candidato del Kremlin. Pero también es cierto que Putin goza de una indiscutible popularidad, algo que debe beneficiar a su delfín. En buena parte, el éxito del actual inquilino del Kremlin -que no puede presentarse a la reelección porque ya ha cumplido los dos mandatos permitidos- se debe a la mejora de la economía, que ha registrado crecimientos anuales del 7%, gracias sobre todo a las inmensas reservas energéticas del país.

'Ahora somos un país rico. La economía está en auge', cuenta Alexander Makarin, que trabaja para la consultora Ernst & Young en Moscú. Para este ruso, que vivió en Alemania y Austria, ahora mismo no hay mejorsitio para trabajar y vivir.

El boom es muy visible en el centro de la capital, donde se ha instalado una impresionante concentración de tiendas de lujo y concesionarios de coches de alta cilindrada. El GUM, el histórico almacén en la Plaza Roja, que hace 20 años era un escaparate de las deficiencias materiales del sistema soviético, hoy está tomado por grandes cadenas internacionales, comola española Zara.


'La gente gasta mogollón. En cuanto les suben el salario se van de compras', explica Makarin, mientras come una pizza en un restaurante de diseño que forma parte del complejo donde está su empresa, a orillas del río Moscova.

Para él, Putin tiene todo el mérito de la bonanza económica. Entre los aciertos destaca el aumento del papel del Estado en la economía, sobre todo en la gestión de los recursos energéticos. Como muchos rusos, Makarin tiene malos recuerdos de la era de Boris Yeltsin, cuando un pequeño grupo de oligarcas se repartió gran parte de la riqueza del país. 'Con Yeltsin, todos los acuerdos eran malos para los rusos', afirmaeste consultor de 38 años.

No sólo los más ricos disfrutan de la mejora económica. En Moscú prospera la clase media. En el enorme mercado callejero de Cherkizovskaya, al norte de la capital, los centenares de puestos bajo una cubierta de cristal ya no sólo venden productos de primera necesidad. Entre la ropa se encuentran modelos de alta costura y unas cuantas imitaciones de marcas como Dolce& Gabanna. En las entradas del mercado venden frutas caras, como piñas, kiwis y mangos.

Sin embargo, los moscovitas saben que son la excepción en un país que no ha salido aún de la miseria. A pocos kilómetros de la capital ya cambia la situación, por no hablar de las regiones más alejadas.

Makarin admite que el sistema actual no es perfecto, pero cree que desde fuera se exagera. 'Me duele mucho cuando veo cómo los medios occidentales hablan de Rusia. Sólo destacan los aspectos negativos', dice. 'Creo que en Occidente tienen miedo a Rusia, porque ahora somos un país más fuerte y podríamos convertirnos en su competencia'. Destaca sus frecuentes viajes por el mundo. 'Si esto fuera una dictadura, ¿podría yo viajar a todos estos sitios?', se interroga.

Quizá la Rusia de Putin no sea una dictadura, pero Svetlana no se siente demasiado cómoda. 'A mí me da miedo hablar de política porque se siente la presencia del gran hermano', dice esta licenciada en Económicas que prefiere dar un nombre falso. No se fía de las elecciones. Cuenta que en diciembre, cuando se elegió al Parlamento, todo el mundo que conoce le aseguró que iba a votar por la oposición. Por ello, Svetlana no se explica cómo Rusia Unida, el partido de Putin, pudo lograr una mayoría tan abultada.

Su hermana de 18 años ve las cosas de otra manera. 'Mi hermana menor está enamorada de Putin por ese ambiente que crea de la gran Rusia. Los jóvenes creen en ello y se entusiasman', dice Svetlana. El patriotismo ha sido una gran baza de Putin. Hasta sus críticos admiten que el ex espía del KGB ha devuelto a los rusos un sentido de orgullo que estaba por los suelos después del desmoronamiento de la antigua URSS y la grave crisis que a finales de los noventa tuvo al país al borde de la bancarrota.


El nacionalismo de Putin es un cóctel de símbolos del pasado soviético, ataques retóricos contra Occidente y la religión ortodoxa como elemento de identificación. Además, el todavía presidente ha cultivado una imagen de deportista asceta, haciendo gala con frecuencia de su cuerpo musculoso y su cinturón negro de yudo, algo que contrasta fuertemente con la alegría borracha de su predecesor Yeltsin.

También el candidato Medvédev cuida una imagen de hombre sano y fuerte, de ideas claras y palabra directa. A diferencia de su hermana, Svetlana no se deja seducir por este tipo de superdirigente. 'El domingo no voy a votar y mis amigos tampoco', asegura.La resignación con la que mucha gente acepta ya la victoria cantada de Medvédev preocupa en el Kremlin. Una alta abstención debilitaría al nuevo presidente, por abultada que fuese su victoria en la urnas. Por eso, las autoridades han desplegado una gran campaña institucional para fomentar el voto.


Si no fuera por la abundancia de estos carteles con el fondo tricolor de la bandera rusa, uno no se daría cuenta que en Moscú están de campaña electoral. En la calle no se ve publicidad de los cuatro contendientes del domingo. La llamada a las urnas está presente en innumerables vallas publicitarias, estaciones de metro, carteles en tiendas y cafés, y hasta en el reverso del abono de transporte. Los usuarios de móviles han recibido mensajes de texto, recordándoles su deber civil. La mayoría de los anuncios recuerda simplemente la fecha de los comicios.

Otros animan a votar 'para la estabilidad y la fortaleza de nuestro país'. No es solamente una campaña publicitaria. Cuentan que en los centros de trabajo se reciben presiones para ir a votar. Y en muchos colegios, los profesores -por iniciativa propia o bajo instrucción de sus superiores- han mandado a los alumnos que traigan sus padres al colegio a votar.

En la chocolatería en la Avenida Novinsky, cerca de la embajada de Estados Unidos, el llamamiento oficial a acudir a las urnas parece caer en saco roto. 'No voy a votar. ¿Para qué?', dice Sveta, una joven rubia quese ha reunido a tomar café con tres amigas. 'No entiendo por qué no lo hacéis', protesta Elena, una serbia que lleva seis años viviendo en Moscú y trabaja como productora en una televisión. 'Cuando había una situación parecida en mi país,todos fuimos a votar. Era la única forma de cambiar las cosas. Y cuando Milosevic nos robó el resultado otra vez, salimos todos a la calle a manifestarnos', cuenta la mujer serbia.

Sveta la mira con resignación. 'Vale, pero aquí la gente no suele salir a la calle a protestar', dice y añade, a modo de explicación: 'Parece que la gente ama a Putin. No está tan mal. Este país con Yeltsin era una vergüenza'.

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