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Catorce días del campamento propalestino de la Universidad de Columbia que inspiró una revuelta estudiantil global

Durante catorce días, las protestas de la Universidad de Columbia de Nueva York han sembrado la semilla de un movimiento estudiantil que se ha extendido sin control aparente de costa a costa de EEUU.

Campamento pro-palestino en la Universidad de Columbia, a 23 de abril.
Campamento pro palestino en la Universidad de Columbia, a 23 de abril. Carla Samon

Cuando pasaban pocos minutos de las ocho de la noche del martes 30 de abril, los manifestantes pro palestinos atrincherados en el campus de la Universidad de Columbia, en Nueva York, sabían que la irrupción policial era inminente.

Una treintena de ellos, cubiertos con máscaras y pañuelos palestinos, entrelazaban sus brazos creando una cadena humana en las puertas del edificio que habían ocupado la noche anterior. Agotadas, sus voces coreaban "We shall not be moved" (No nos moverán), mientras cientos de agentes iban llegando, con la porra en mano, a las puertas del campus.

En las horas siguientes, la Policía detuvo a más de cien personas y levantó el campamento estudiantil que, durante catorce días, llenó titulares y puso contra las cuerdas a la administración de una de las universidades más prestigiosas del mundo.

Aquella noche, los agentes apagaron una mecha, pero el fuego ya se había extendido sin control aparente de costa a costa de Estados Unidos, e incluso más allá de sus fronteras.

El campus principal de Columbia, en el corazón de Manhattan, había sido escenario de protestas en apoyo a Israel y Palestina desde el mortífero ataque de Hamás el 7 de octubre pasado, al que Israel respondió con una violencia brutal. Desde entonces, más de 34.000 palestinos han sido asesinados por las fuerzas israelíes, millones han sido desplazados y la mitad de la población de Gaza se encuentra al borde de la hambruna.

Campamento pro palestino en la Universidad de Columbia, a 23 de abril.
Campamento pro palestino en la Universidad de Columbia, a 23 de abril. Carla Samon

En la Universidad de Columbia, el punto de inflexión llegó el 17 de abril. La madrugada de aquel miércoles, decenas de estudiantes desplegaron una primera acampada en el césped del campus para exigir a la administración que rompiera sus lazos con toda empresa vinculada a Israel. "Campamento en solidaridad con Gaza", "Zona liberada", se leía en las pancartas que presidían el campamento, flanqueado por banderas palestinas.

Ese mismo día, la nueva presidenta de Columbia, Minouche Shafik, estaba en Washington declarando sobre el antisemitismo en la universidad ante un comité del Congreso. Tras su comparecencia, Shafik autorizó la entrada de la Policía de Nueva York al campus, algo que no ocurría desde 1996 durante unas protestas estudiantiles que exigieron la creación de un departamento de estudios étnicos.

"Campamento en solidaridad con Gaza", "Zona liberada", se denunciaba desde el campamento

"Tomé esta medida extraordinaria porque se trata de circunstancias extraordinarias", escribió la presidenta en la tarde del día siguiente, en un correo electrónico dirigido a la comunidad universitaria. La acampada pro palestina, añadió, "perturba gravemente la vida en el campus y crea un entorno de acoso e intimidación para muchos de nuestros estudiantes".

Minutos después de ese correo electrónico, la Policía entró en el campus y arrestó a más de cien manifestantes que, sin oponer resistencia, esperaron su turno, sentados en círculo.

Una de las personas detenidas ese día fue Catherine Elias, una estudiante de máster de 26 años y miembro de la Columbia University Apartheid Divest, una agrupación formada por un centenar de organizaciones estudiantiles de la universidad que busca, en sus propias palabras, desafiar la "violencia colonial" que Israel perpetra en Palestina con el apoyo de Washington.

Catherine Elias: "Ahora somos más fuertes, y creo que esta fue la reacción inevitable a la represión"

Cuando Elias fue liberada aquella misma noche, recibió la mejor noticia que podía haberse imaginado: sus compañeros ya estaban organizando un segundo campamento. Tiendas de campaña verdes, azules y naranjas pronto llenaron el césped adyacente de la acampada anterior. Pero esta vez no eran unas pocas decenas de tiendas, sino que casi se acercaban al centenar, y los estudiantes estaban mucho mejor organizados.

"Ahora somos más fuertes, y creo sinceramente que esta fue la reacción inevitable a la represión", dijo Elias en una entrevista una semana después de su arresto. Era martes 23 de abril, día 7 de la acampada. Después de la asamblea matinal, la joven había salido a fumar un cigarro fuera del campamento, donde está prohibido el tabaco, las drogas y el alcohol. "Estamos viviendo un momento histórico", dijo con voz afónica, "y no queremos tener ninguna duda sobre cómo respondimos a este, mientras Palestina vive un infierno".

Como era habitual, aquel martes por la mañana también había un grupo reducido de manifestantes a las puertas de la universidad, mostrando su apoyo al campamento. Coreaban cánticos y enarbolaban pancartas en apoyo a Palestina, logrando hacerse notar en las inmediaciones. En el interior del campus, en cambio, reinaba un ambiente tranquilo y pacífico, a veces incluso festivo.

Campamento pro palestino en la Universidad de Columbia, a 23 de abril.
Campamento pro palestino en la Universidad de Columbia, a 23 de abril. Carla Samon

Toda persona que quería entrar en el campamento primero tenía que leer y comprometerse con una serie de normas, que incluían no fotografiar rostros sin permiso y no relacionarse con contra-manifestantes. Los organizadores habían creado un sistema a través del cual solo los acampados "formados para los medios de comunicación" estaban autorizados a hablar con la prensa. De forma regular, actualizaban una pizarra blanca que descansaba en el centro del césped con el listado de las actividades programadas para el día. En ocasiones había ponentes invitados, en otras conciertos de música.

La oleada de activismo contra la guerra de Gaza ha inundado al menos 50 campus universitarios de EEUU

En un rincón del campamento se repartían bebidas y comida. Pizzas, café, galletas, magdalenas, bocadillos fríos e incluso crema solar. Al lado, había un espacio artístico donde los acampados pintaban carteles y personalizaban sus tiendas de campaña. Una de ellas se había convertido en un salón de manicura, otra en una biblioteca y otra en un punto de primeros auxilios.

En la mañana de aquel martes, un grupo de acampados meditaba en círculo, rodeado de sacos de dormir y mantas. Otros jóvenes, sentados en el césped, leían libros o hacían sus deberes en ordenadores portátiles.

En la noche anterior, la primera de Pascua, un centenar de estudiantes y profesores se habían reunido alrededor de una lona azul llena de cajas de matzá, el pan judío, y comida kosher. Algunos llevaban kipás (pequeña gorra ritual utilizada por los varones judíos). Otros kaffiyehs (pañuelo tradicional de Oriente Medio y Arabia).

Mientras los acampados en Columbia leían oraciones en hebreo y bailaban danzas tradicionales palestinas, la Policía arrestaba a más de cien manifestantes en la New York University, a unos diez kilómetros al sur de Manhattan. El movimiento pro palestino se había extendido a otras universidades de la ciudad y del país, en una revuelta estudiantil que desafiaba el apoyo histórico e incondicional de Washington a Israel.

Hasta la fecha, la oleada de activismo contra la guerra de Gaza ha inundado al menos una cincuentena de campus universitarios de Estados Unidos. La suma de detenciones ya supera los 2.500.

"Hemos creado una inspiración", dijo Ariel, una joven judía a cargo de las celebraciones de Pascua en el campamento de Columbia. Ariel, quien no quiso dar su nombre completo por miedo a represalias, estudia derechos humanos y poesía en Bard College, una universidad a casi dos horas al norte de la ciudad de Nueva York. Pero decidió sumarse a la acampada de Columbia tan pronto como supo de los primeros arrestos. No podía quedarse de brazos cruzados mientras "Gaza sufre un genocidio", dijo.

Ariel: "Hemos creado una inspiración"

Ariel no volvió a pisar la calle desde el día que llegó al campamento. Los accesos a Columbia estaban restringidos a estudiantes y profesores de la universidad. Para entrar, uno tenía que enseñar su carné en los controles de seguridad establecidos en todas las puertas del campus, así que Ariel no podía salir del perímetro universitario si quería seguir en pie de lucha. Y entre sus intenciones no estaba la de abandonar.

"Eso es solo el principio", dijo. "La universidad debe cumplir cada una de nuestras exigencias: eliminar toda relación con Israel dentro de su dotación, poner fin a su relación con la Universidad de Tel Aviv y conceder la amnistía a todos los estudiantes que se han enfrentado a repercusiones académicas por protestar". Pero las negociaciones entre los líderes de la acampada y el rectorado de la universidad auguraban pocas salidas a la crisis.

Estas sospechas se confirmaron el lunes 29 de abril, día 13 de la acampada. "Lamentablemente, no hemos podido llegar a un acuerdo", escribió la presidenta de Columbia en un correo electrónico a primera hora de aquella mañana. Shafik explicó que su administración había ofrecido algunos acuerdos a los manifestantes, pero fue clara con que la universidad no dejaría de invertir en Israel. Todo estaba servido para que la tensión aumentara.

Campamento pro palestino en la Universidad de Columbia, a 23 de abril.
Campamento pro palestino en la Universidad de Columbia, a 23 de abril. Carla Samon

Aquella misma mañana, el personal de la administración se puso a repartir folletos a las puertas del campamento. En los documentos se pedía a los estudiantes disolver la acampada antes de las dos de la tarde y comprometerse a cumplir las normas de la universidad. Pese al ultimátum, los estudiantes votaron a mano alzada no ceder a las presiones de la administración y continuar la protesta.

Antes de que venciera el plazo, un grupo de profesores de la universidad, vestidos con chalecos fosforitos, formaron una barrera humana en la entrada del campamento para proteger a sus estudiantes. El reloj marcó las dos, las tres, las cuatro, las cinco de la tarde y allí no pasaba nada.

La tensión se precipitó a partir de medianoche, cuando los estudiantes se dispersaron del campamento y una rama de ellos ocupó el Hamilton Hall, un edificio académico del campus que lleva el nombre de Alexander Hamilton, uno de los padres fundadores de Estados Unidos.

Los manifestantes bloquearon las puertas del edificio con candados

Los manifestantes bloquearon las puertas del edificio con candados y crearon barricadas con mesas de picnic metálicas, sillas de madera y cubos de basura atados con bridas de plástico. Desde dentro, cubrieron las ventanas con papel de periódico y colgaron una enorme pancarta en la que se podía leer "intifada" en rojo. En otra aparecía el rótulo "Hind's Hall", nombre con el que los manifestantes rebautizaron el edificio en honor a Hind Rajab, una niña palestina de seis años asesinada por las fuerzas israelíes en Gaza.

La toma del Hamilton Hall resonaba a otras protestas estudiantiles en Columbia a lo largo del último medio siglo. En abril de 1965, el edificio había sido ocupado durante las protestas estudiantiles en plena guerra de Vietnam y, en el mismo mes de 1985, volvió a ser tomado para exigir a la universidad poner fin a las inversiones indirectas en Sudáfrica durante la política racista de apartheid. Esta vez, la ocupación duró unas 20 horas.

Tras aquella noche ajetreada, la administración informó que nadie, aparte de los residentes y el personal esencial, podía cruzar las puertas de la universidad. La fría mañana del martes empezó inquietantemente tranquila. El campus estaba vacío, salvo por unos pocos manifestantes que dormían acurrucados en mantas a las puertas del Hamilton Hall y unos pocos residentes que entraban y salían de sus habitaciones.

Minouche Shafik: "Nos llevará tiempo sanar, pero sé que podemos hacerlo juntos"

Hacia el mediodía, Ella, una estudiante judía de 18 años, salió asustada de su cuarto, desde donde la noche anterior había visto la ocupación. La joven, hija de migrantes israelíes, dijo que la situación en el campus era incómoda desde octubre. "Pero ahora", agregó, "me siento muy, muy insegura". Para Ella, las protestas habían excedido la libertad de expresión. La universidad, dijo, había "perdido el control" de la situación y no confiaba en que pudiera recuperarlo. Por eso se estaba empezando a plantear la opción de cambiar de universidad. "La policía debe volver", dijo.

Y eso fue lo que pasó aquella noche del 30 de abril, día 14 y último de la acampada. A petición de Shafik, la Policía de Nueva York volvió a irrumpir en el campus para recuperar el Hamilton Hall, desalojar el campamento y detener a otro centenar de manifestantes, acusados de violar la propiedad privada.

Mientras un grupo de agentes entraba al edificio por una ventana del segundo piso desde fuera de la universidad, usando un camión equipado con una rampa extensible, otros cientos de policías limpiaban el campus de periodistas y estudiantes de periodismo que querían –y debían– dar testimonio del operativo.

Al día siguiente, solo había policías en cada esquina del campus. Donde antes estaban las tiendas de campaña, solo quedaban marcas rectangulares en el césped descolorido.

"Nos llevará tiempo sanar, pero sé que podemos hacerlo juntos", escribió la presidenta de Columbia, poco antes de encontrarse con la protesta en las puertas de su casa.

Campamento pro palestino en la Universidad de Columbia, a 23 de abril.
Campamento pro palestino en la Universidad de Columbia, a 23 de abril. Carla Samon

Cada año, cuando se acercan los exámenes finales en la universidad, los estudiantes celebran el "primal scream" (grito primario) en los alrededores de la biblioteca principal del campus. Esta vez, un centenar de estudiantes trasladó la tradición a la casa de Shafik. Allí entonaron gritos que duraron minutos y luego cánticos que hoy siguen resonando como himnos en múltiples calles y campus universitarios del país: "No pararemos, no descansaremos. Divulguen. Desinvierte".

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